jueves, 16 de septiembre de 2010

William Egginton y los barrocos de la modernidad - Luis Hernán Castañeda

El más reciente libro de William Egginton, The Theater of Truth: The Ideology of (Neo)Baroque Aesthetics, postula una tesis que sin duda es ambiciosa, pero que también podría parecer desmesurada. Egginton parte de la premisa de que el barroco hispánico -sin excluir el neobarroco hispanoamericano- como categoría estética es indesligable, tanto en términos históricos como ideológicos, de la modernidad occidental en todos sus momentos de desarrollo y escenarios geográficos, desde su fase temprana en la Europa del siglo XVI hasta nuestros días. Esta primera comprobación lleva al autor a sostener que la cultura barroca europea le ofreció a la modernidad la primera, más nítida y persistente expresión de su “problema de pensamiento” central: la conflictiva relación entre el ser y la apariencia, entre la verdad y la representación. Reconociendo que este problema de pensamiento es amplio y general, y que dadas estas cualidades podría caer fácilmente en una abstracción descontextualizada, el movimiento argumentativo de Egginton se propone demostrar esta gran formulación mediante un profuso abanico de estudios particulares: son numerosos los textos culturales que el autor invoca para rastrear en ellos encarnaciones concretas de su tesis sobre el barroco.

Egginton habla, básicamente, de dos barrocos: dos tendencias que si bien se diferencian, también se entrecruzan y batallan, por necesidad permanente, a lo largo de los siglos. En concreto, el eje conceptual y metodológico del libro está en la distinción entre una estrategia mayor y una estrategia menor del barroco. De acuerdo con Egginton, el famoso postulado de José Antonio Maravall sobre el carácter propagandístico y estatal del barroco es sólo parcialmente válido, en mayor medida para el teatro y en menor grado para otras formas literarias como la poesía. El teatro barroco vendría a ser un ejemplo claro de la estrategia mayor, en el sentido de que, como género, éste parece afirmar que detrás de las apariencias de la representación existe una realidad última, objetiva y trascendente, que debe normar la experiencia ética del espectáculo y de la dinámica social. Sin embargo, como Egginton pretende demostrar en el capítulo tres, el teatro no puede huir de la aporía neurálgica del barroco, que consistiría en la necesaria, íntima y conflictiva tensión entre la hegemonía de la estrategia mayor y la presencia ineludible de una fuerza menor, una tendencia auto- deconstructiva que desafía y cuestiona los presupuestos morales y epistemológicos de la estrategia mayor. La estrategia menor es un indispensable, casi omnipresente impulso contra-hegemónico que desestabiliza la simplicidad ideológica de la producción cultural barroca, sugiere que no existe una frontera nítida y reconocible entre la apariencia y la verdad, y termina afirmando la primacía de la mediación como única forma de realidad cognoscible.

Como es de esperarse en un libro de tan amplio alcance, el corpus de textos tratados es vasto y diverso, tanto en un sentido histórico, como genérico y disciplinar. Encontraremos aquí discusiones sobre obras artísticas producidas desde el siglo XVI hasta el siglo XXI, obras de carácter literario -dramático, narrativo, lírico-, pictórico, arquitectónico y cinematográfico. Si bien cada uno de los siete capítulos que componen el volumen está organizado, por lo general, en torno a la obra de un autor individual -a excepción del capítulo sexto, dedicado a una lectura conjunta de Calderón de la Barca y Jorge Luis Borges-, el autor alude continuamente a otros textos y a otros autores, con el propósito manifiesto de balancear su argumento entre la generalidad y la particularidad. A mi entender, en gran medida logra su objetivo, puesto que libro consigue alternar de manera fluida y coherente una modalidad expansiva y abarcadora de análisis filosófico-cultural, con minuciosos close- readings de textos significativos. Por ejemplo, largas páginas están dedicadas a la discusión de conceptos filosóficos que luego son puestos a prueba en el diálogo crítico con obras de literatura.

Un caso destacable de este diálogo entre filosofía y literatura se da en el primer capítulo, donde Egginton busca problematizar la clásica idea de “pliegue” barroco elaborada por Deleuze y Guattari a partir de una lectura de El criticón de Gracián. Por su parte, el segundo capítulo está dedicado a Cervantes, a quien Egginton considera el mayor representante de una línea deconstructiva del barroco. Los textos analizados son las dos novelas ejemplares El celoso extremeño y La fuerza de la sangre. En cuanto al tercer capítulo, su objeto de estudio son tres piezas teatrales: La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón; El desdén con el desdén de Agustín Moreto; y La estrella de Sevilla de Andrés de Claramonte. El cuarto capítulo reflexiona sobre la poética del lenguaje gongorino, especialmente en las Soledades, y además brinda un comentario sobre las implicaciones políticas de la polémica clásica sobre Góngora, que Egginton conecta con el polarizado escenario político de Estados Unidos en la actualidad.

Si los cuatro primeros capítulos transcurren en la España de los siglos XVI y XVII, los siguientes dos hacen el viaje hasta América. El quinto capítulo conforma, junto con el sexto, una reflexión sobre los vínculos entre el barroco histórico español y los neobarrocos hispanoamericanos -el colonial, y el que floreció el siglo pasado. Mientras que el capítulo cinco se consagra a un repaso teórico por el pensamiento latinoamericano sobre el neobarroco -desfilan Carpentier, Lezama, Sarduy-, con una incursión más analítica en la Carta atenagórica de Sor Juana; el capítulo seis aporta una comparación entre los conceptos de sueño en Calderón -específicamente en La vida es sueño- y en Borges -especial, pero no únicamente, en Las ruinas circulares-. Para Egginton, Calderón y Borges representan, respectivamente, la inauguración y la clausura históricas del barroco, así como también ejemplos de sus estrategias ideológicas de representación: la estrategia mayor y la estrategia menor. El séptimo y último capítulo, una lectura de cuatro películas de Pedro Almodóvar, trasciende los límites de la literatura para demostrar que el llamado problema del barroco se manifiesta en diversos medios y ámbitos de la imaginación artística occidental.

Queda claro para el lector que, tanto desde un punto de vista político como filosófico y estético, Egginton está más interesado en estudiar la estrategia menor que la mayor. Es también evidente, desde un inicio, que el autor realiza una toma de posición y se inclina decisivamente a favor de la estrategia menor y sus representantes históricos. A favor de la complejidad de un mundo fabricado de mediaciones, y en contra de la simplicidad de un mundo regido por verdades inconfundibles: ésta es una intensa convicción ética que revela la presencia del Egginton ensayista a lo largo de todo su libro, tiñendo la reflexión de una densidad particular, que establece un permanente contrapunto entre el estudio del pasado y el análisis del presente, entre la lectura de textos literarios y la observación de la política contemporánea. Por otra parte, la preferencia por la estrategia menor también lleva implícito un autorretrato intelectual de Egginton como crítico literario. Para nuestro autor, cuyo estilo de lectura y pensamiento proviene de la escuela deconstruccionista derrideana, la deconstrucción como metodología de aproximación al texto y a la realidad es una denominación filosófica del siglo XX que da un nombre nuevo a una tendencia siempre latente en la cultura occidental moderna: esta tendencia es la llamada estrategia menor. En otras palabras, Egginton se descubre aquí como partícipe activo de una gran disputa cultural que se libra entre dos fuerzas contrapuestas.

Naturalmente, el riesgo de conceptualizar en estos términos el funcionamiento del campo cultural reside en la posibilidad de reeditar involuntariamente ciertas formas ya superadas de imaginar binariamente la lógica del debate intelectual, como la famosa disputa entre clásicos y modernos. Egginton reconoce la presencia de este riesgo, y se salva de caer en sus redes mediante un coherente diseño conceptual del estilo de pensamiento desde el cual se elaboran las relaciones entre la estrategia mayor y la estrategia menor. Este estilo de pensamiento mima la complejidad del modo en que se imbrican y dialogan estas estrategias en la obra literaria misma. En otras palabras, parece ser que Egginton no se autodescribe como un “crítico menor”, pues dicho retrato sólido y convencido no sería más que el efecto de una nueva y autofágica hegemonía. Por el contrario, la admisión de la complejidad inherente a un mundo fabricado de mediaciones alimenta un conocimiento -y un autoconocimiento- que se sabe a sí mismo precario, transitorio y suplementario.

La obra de William Egginton, que cuenta ya con casi una decena de libros, es una meditación ambiciosa, articulada y coherente sobre ciertos temas recurrentes que constituyen el meollo de la cultura barroca en sus interrelaciones con el presente. En este sentido, la lectura de un libro como The Theater of Truth: The Ideology of (Neo)Baroque Aesthetics gana mucho cuando se realiza en conjunto con otras obras del autor, como , un análisis de la teatralidad moderna que extiende, complementa y refuerza los argumentos del texto que es objeto de esta reseña. Egginton no es sólo un crítico literario agudo, capaz de realizar close-readings perceptivos e iluminadores; también es un comentarista de la historia de la filosofía occidental, así como un observador de la política contemporánea y de la cultura norteamericana actual. Tal complejidad y variedad de su persona intelectual lo convierte en un autor de interés para lectores de diversas disciplinas académicas, y especialmente para aquellos interesados en desarrollar vías de diálogo interdisciplinario. Finalmente, en tanto testigo del presente, Egginton supera los límites del mundo académico y se convierte en un referente de valor para cualquier lector preocupado por entender los vínculos entre el poder y la cultura, entre el estado y los medios de comunicación.

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