“The shore is pebbled with eroding brick”
Robert Lowell, Notebook. “Long Summer”
Veo dos líneas básicas en la
poesía latinoamericana actual. Una es una línea fina, la otra espesa. La
geometría de la fina es linear, su expresión familiar, coloquial. La geometría
de la espesa es prismática, intrincada, su expresión turbulenta y densa. La
primera línea la asocio más con la poesía norteamericana y más aún con la
poesía tradicional latinoamericana, incluyendo aspectos de su ya asimilada
vanguardia. Asocio esta línea digamos con, Robert Lowell, un cierto
transparente Eliot, o el trabajo de Elizabeth Bishop. La segunda línea, la
línea espesa, la asocio con la poesía internacional, una convergencia más
fuerte y diversa, verdaderamente más opaca, pero a pesar de su espesura, abarca
más. Esta poesía internacional incluye aspectos de la poesía americana del
Siglo 20, también como una fuente básica enraizada en el Siglo de Oro del
Barroco Español, Góngora y Quevedo sobre todo, además de algunos salpicones de
poetas Metafísicos Ingleses, una extensión a la poesía de Stéphane Mallarmé, y
un fuerte y fructífero contacto con el trabajo de, por ejemplo, Ezra Pound: y
ciertos poetas más jóvenes, como Louis Zukofsky, Charles Olson y John Berryman:
sea para introducirte en música moderna John Cage, Philip Glass y el compositor
francés católico y místico Olivier Messiaen podrían representar una diversidad
de fuentes musicales traducidas en esta tendencia más espesa de poesía. En mi
caso, por ejemplo, algunos críticos han sugerido puntos de contacto, una
convergencia de métodos, con la poesía de John Ashbery. Si es así, esta es una
coincidencia a ser atribuida al periodo histórico en el cual ambos vivimos, y a
la manera en que reaccionamos, poéticamente, a nuestros propios tiempos. No
digo esto defensivamente, porque yo respeto mucho el trabajo de Ashbery, y fue
una influencia para mi propio trabajo, así que podría orgullosa y felizmente
reconocer esto. Sin embargo, yo empecé a leer a Ashbery quizá hace tres años
atrás, y después de haber escrito cerca de 5000 poemas. Más aún, ya sea que la
poesía de Ashbery es ironía hacia la comedia, la mía tiende a ser, entre otras
cosas, ironía hacia la tragedia. Habiendo dicho esto, digresión concluida, esto
indicaría cómo nosotros, poetas latinoamericanos, estamos en contacto
creativamente y críticamente, con el presente palpitante en otras culturas, y
como consecuencia, escribimos una poesía más rica, espesa y referencial que
muchos de nuestros predecesores.
Déjenme decir ahora que la línea
fina en la poesía latinoamericana proliferó durante la primera mitad del Siglo
20. Lo encuentras, por ejemplo, en Huidobro, Neruda, Gabriela Mistral, Eduardo
Carranza, Salvador Novo, Octavio Paz, Nicanor Parra, Ernesto Cardenal, Heberto
Padilla, Eliseo Diego y Gonzalo Rojas, por nombrar algunos. Hay una línea
intermedia, la cual se torna más espesa, e incluye al gran poeta peruano César
Vallejo, al surrealista argentino Oliverio Girondo y al peruano Emilio Adolfo
Westphalen, también a Carlos Germán Belli y Francisco Madariaga. Sin embargo,
la real espesura, una poesía para ser asociada con las esferas de James Joyce,
Marcel Proust, Herman Broch y Gertrude Stein, con nuestro propio siglo dorado,
y el Barroco de Francisco Medrano, la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz y los
previamente mencionados Góngora y Quevedo, sólo serán encontrados en la más
reciente poesía de los así llamados poetas neo-barrocos, un grupo, o grupos de individuos,
viviendo (algunos han muerto recientemente) en la segunda mitad del Siglo 20.
Ellos trabajan, abundantemente, en todos los países hispanohablantes de este
continente, Brasil incluido. Esta poesía, para ayudarte contextualmente, tiene
la fluidez, el ensortijamiento, el embrollo y la reverberación de la
multiplicidad y proliferación que se encuentran en los trabajos de Virginia
Wolf y, sobre todo, Gertrude Stein. Los padres fundadores latinoamericanos son
el cubano José Lezama Lima y el recientemente fallecido poeta brasileño Haroldo
de Campos. Estos dos escritores son nuestros progenitores, las figuras paternas
de un gran número de poetas trabajando voraz y productivamente desde la
Patagonia hasta la Habana, ya sea en español o en portugués. Es al mismo
tiempo, un grupo disperso y altamente coherente, un grupo animado. Disperso,
porque estos poetas viven en diferentes países, muy lejos uno del otro, pero
conectados, porque sus puntos estéticos de contacto son múltiples, y porque la
comunicación es ahora posible instantáneamente gracias a la magia del internet.
Ellos constituyen una elite, no una elite de dinero, pero si de riqueza
cultural y literaria. Más aún, yo los llamaría una elite con mente abierta,
incapaces de rechazar cualquier material que pueda ser reconfigurado,
reconvertido, en poesía. Ellos trabajan en dislocación extrema, estirando el
lenguaje al máximo, todo tipo de lenguaje, participando alegremente en las
libertades del barroco: su escritura no conectada con la lujuria, pero tomando
la lujuria como adoración; todos y cada uno de ellos, más que poetas, son una
configuración de muchas voces, polifónicas, corales. Y aquellas voces se
manifiestan más atemáticamente que de otro modo, mostrando una tendencia hacia
la atonalidad, lo oscurecido a ser revelado a través de la lectura cuidadosa y
lo oscuro como un instrumento para entender lo espiritual, también como la
realidad cuando se confronta por la variedad y la amenaza y el temor de la
Nada.
Leer estos poetas Barrocos requiere
paciencia, paciencia y gran experiencia en lectura. La asana o postura del
cuerpo tiene que colaborar con el acto de leer, el cual no debe de tener
prejuicios, abierto a lo nuevo, conocer de diferentes tradiciones en diferentes
lenguajes, listo para la inmersión en la mestización. Tú puedes, en este punto
de la historia, leer a Borges, Neruda, Parra o Paz más rápidamente, porque su
poesía tiene menos obstáculos que la nuestra: es más conceptual, simétrica,
armoniosa. Más aún, su vanguardismo aventurero ha sido asimilado. Sin embargo,
leer a Vallejo, especialmente Trilce, requiere la paciencia del ojo que se
mueve lentamente, como la punta del dedo que se mueve al leer internamente la
Biblia. La textura en un poema de Trilce es densa, llena de puntos de quiebre,
líneas de evasión, dispersión, proliferación, propagación dentro del texto a
través del anacoluto, y el inesperado uso del lenguaje llevado a los extremos.
Se transfigura en sí como texto, a través de lo abrupto, lo inesperado. Es como
si las palabras estuvieran acometiendo hacia fuera de la página escrita; o como
si su gravitación fuera simultáneamente vertical y horizontal, “mezclando
memoria y deseo”, cielo e infierno, con el subsuelo. Vallejo, sin embargo, es
un poeta que permanece dentro de un marco dado. Si se compara con, por ejemplo,
Ernesto Cardenal, su poesía es menos linear; un epigrama de Cardenal es, en su
línea, un extracto, e inmediatamente comprendido silogismo.
Al mismo tiempo, ambos, Vallejo y
Cardenal son menos tradicionales en sus concepciones de poesía que digamos,
Pablo Antonio Cuadra o Eduardo Carranza. Un poeta neo-barroco, diferente de
todos ellos, tiende a no permanecer dentro de una línea dada, pero en vez de
eso, abarca todo el espacio. Él trata con una sintaxis abrupta, con el desplazamiento,
y con un sistema no sistemático que puede ser encontrado, mutatis mutandis, en
la poesía de Olson y Zukofsky. El espacio del poeta neo-barroco está dividido.
Tiene, por supuesto, su propia lógica, una lógica que incluye, y a veces
prefiere, lo ilógico, en la forma en que
un ateo incluye a Dios en sus pensamientos.
Ahora, la poesía de José Lezama
Lima y Haroldo de Campos es aún más compleja que digamos, la de Vallejo. Para
leerlas, y por lo tanto, leernos, debes respirar diferentemente: más
asmáticamente. El oxígeno en ella, falta, o se concentra más en el subsuelo,
entre los gusanos. Así es que, el poeta argentino Néstor Perlongher escribe:
“vermes de rocicler urdiendo bajo el césped un laberinto de relámpagos”. Estos
poetas están desnudos ideológicamente, en términos de política y poesía. Por lo
tanto, sólo se puede tratar con ellos, referencialmente, en términos del poema
en sí, y no a través de analogías políticas o poéticas que tienden a explicar a
través del contexto. No hay, básicamente, necesidad para el contexto en orden
de leer a Lezama o a un poeta neo-barroco: hay una necesidad para una lenta
inmersión, una inmersión en la profundidad del mar en un milieu donde la
gravedad cambia constantemente, y el paso cambia porque puede moverse en todas
las direcciones constantemente, sin una cronología específica, y donde la
respiración requiere nuevas formas de concentración. Y una fe, una aceptación
que aquellos diversos materiales funcionan como una unidad; si lo deseas, una
masa en unidad, pero de igual forma una cohesión y no puro caos y
desconexión.
El neobarroco no conforma un grupo
en el sentido que la generación del 98 o la generación del 27 en España
conformaban un grupo, aunque estos poetas tienen un aire familiar, una
homogeneidad congruente en la disparidad. Sus épocas varían desde Gerardo
Deniz, Rodolfo Hinostroza, José Carlos Becerra, Paulo Leminski, Roberto
Echavarren y yo estando en nuestros 60’s, a una generación más joven de poetas
en sus 40’s, entre los cuales conozco y disfruto los trabajos de los mexicanos
David Huerta, Coral Bracho y José Javier Villarreal, los uruguayos Eduardo
Espina, Eduardo Milán, Silvia Guerra y Víctor Sosa, los brasileños Claudio
Daniel, Josely Vianna Baptista y Glauco Mattoso, y los argentinos Tamara
Kamenszain, Arturo Carrera y Reynaldo Jiménez, por nombrar a unos pocos.
Todos ellos, todos nosotros, y
por favor ten en mente que en esta historia habemos unos nosotros, que
conformamos una familia, (como en toda familia, hay muchas disputas,
disidencia, y habladurías maliciosas). Nosotros no rechazamos, pero
incorporamos, lo lineal y lo tradicional, a veces golpeándolo amorosamente, a
veces distorsionándolo furiosamente, a veces aceptándolo tranquila y
respetuosamente. Leemos y modestamente reconocemos el trabajo de, por decir,
Sylvia Plath, Anne Sexton, James Schuyler o James Merrill, y sus contrapartes
latinoamericanos, el venezolano Rafael Cadenas, el nicaragüense Carlos Martínes
Rivas o el cubano Gastón Baquero. Sin embargo, somos de otra forma, densos,
asimétricos, más dodecafónicos que clásicos, sin un centro específico, pero
envueltos en una proliferación de centros, sin un programa real que ofrecer,
sin ningún tema básico por encima y más allá de los temas inevitables de Eros y
Thanatos, temas que tendemos a distorsionar, golpear, deconstruir: y
esperanzadoramente revitalizar. Esta es una poesía en donde el lenguaje es
ambos rey y reina. Un lenguaje que incluye todo y que no rechaza ningún
material porque puede estrujar poesía de la coprofilia o necrofilia así como de
la belleza de la vegetación. Es cosmopolita por naturaleza y aún altamente
localizado, así que un poeta neo-barroco está cómodo estando en una calle de la
Habana así como al beber sake a los pies de la montaña sagrada de Tai Chan, con
la densidad del Amazonas o Matto Grosso, así como con la experiencia visual de
las Pampas, el desierto de Atacama o la tundra Rusa. Esta poesía no le teme al
detritus o a la basura, exalta lo pestilente y podrido, nunca presenta a la
realidad en blanco y negro, se mueve de costado como el cangrejo, y
constantemente teje como la araña, su movimiento termina hacia el zigzag, el
cual, como en el caso de los insectos, constituye una organización, con formas
y caminos, modos y manías, basada en la variedad y la variación, imagen
moderna, clips, shots y lo inminente. Nuestra diversidad y zigzagueo es
natural, armonizada con los tiempos en que vivimos.
Nuestra poesía es difícil de leer,
somos relativamente desconocidos y aislados, no vendemos, no hacemos dinero,
muchos de nosotros estamos en bancarrota (afortunadamente yo no), estamos
constituidos por diferentes razas, sexos, orientaciones sexuales, religiones,
nacionalidades y etnias, y así cuando escribimos nuestras performances se
encuentran en todo lugar, aún en más formas que una, somos realistas: hay una
forma de sabiduría neo-barroca que sabe cómo vivir, o quizás sobrevivir, en el
mundo moderno. Nuestro trabajo es abierto y andrógino, difícil de colocar.
Aceptamos, por razones didácticas, el sello de neo-barroco, pero rechazamos esa
limitación. Esta poesía como sintaxis en distorsión, contiene un rico
vocabulario, mezcla niveles también como peculiaridades del español y/o
portugués, a veces siendo regionales y a veces universales. Este lenguaje
mestizo es neoricano, chicano, peninsular, mexicano, colombiano, nordestino, y
recurre abiertamente a expresiones en esperanto, los lenguajes europeos,
griego, latín, o como es en mi caso, yiddish (hebreo) más idiolectos cubanos. Wilson
Bueno, el poeta brasileño de Curitiba, combina portuñol (en sí una mezcla de
portugués y español) con el lenguaje guaraní. El mexicano Gerardo Deniz es
barroco del Siglo de Oro combinado con mexicanismos, más un lenguaje científico
y pseudo-científico. El está cómodo escribiendo acerca del mito de Marsyas, la
largamente ida Belle Époque o de la novela Héloise de Rousseau. El argentino
Néstor Perlongher opera en un mundo travestido, mientras que el uruguayo
Roberto Echavarren dirige su atención y su lenguaje hacia un mundo
homo-erótico, como en su poema “La Dama de Shangai”. Tamara Kamenszain es una
poeta argentina que exalta el Teatro No japonés, y el brasileño Haroldo de
Campos está más cómodo con la Vía láctea que con la Tierra, la verdadera tierra
que hace unas pocas semanas tomó su cuerpo y lo envió hacia la Vía Láctea. La
mexicana Coral Bracho escribe acerca de
lo que sucede en los intersticios y el subsuelo, y no acerca de temas políticos
actuales. El argentino Reynaldo Jiménez escribe acerca de musgo, miniaturas,
ruido incidental como John Cage, o la circularidad de la Nada, pero no acerca
de las tradiciones del tango, las Pampas y beber mate. El uruguayo Eduardo
Espina es un poeta denso, altamente comprimido, trágico al ser cómico y cómico
al ser trágico: para leerlo necesitas de paciencia, una paciencia, que te
aseguro, es recompensada. Para leernos a cualquiera de nosotros necesitas la
experiencia y la paciencia devota que es requerida al leer Finneganns Wake de
Joyce, Igitur y Un coup de dés de Mallarmé o Tender Buttons de Gertrude Stein
(una palabra en jerga, a propósito, que significa clítoris). Gertrude Stein
dice, por ejemplo, “Dining is West”. ¿Qué sentido podemos sacar de eso? Quizá
mucho más que decir, en este punto de la historia de la literatura, que el
cenar es agradable, que el cenar en un restaurante caro me hace feliz, o
simplemente describiendo como Zola o como Balzac, de una manera naturalista,
cada uno y todos los elementos que componen un restaurante como realidad
física: una descripción morosa en cámara lenta, que va mano a mano con lo real,
el drama humano, demasiado humano, desplegándose, literalmente, en la página.
En mi caso, yo recombino mi trasfondo judío con mi nacionalidad cubana, mi
experiencia americana, mi devoción por la cultura y literatura orientales, para
producir un trabajo al que considero transnacional y multicultural. No soy sólo
lo que yo como, también soy, quizá mayormente, lo que leo (y considera que
normalmente leo seis horas al día, mientras que gasto treinta minutos en comer,
excluido el vino).
Nuestros antepasados leen con
intensidad y devoción: estamos perfectamente conscientes de la voracidad de
lectura de los poetas tales como Lezama Lima, Jorge Luis Borges, Haroldo de
Campos y Octavio Paz, y aún hay una diferencia en nuestras experiencias de
lectura divergentes. Para ponerlo más claro: también leemos cómics. Leemos y
usamos en nuestro trabajo sub-literatura rosa, los así llamados
“culebrones” u obras de teatro
musicales, digiriendo, regurgitando y retrocediendo todo este material barato.
Para darte un ejemplo, yo publiqué recientemente en México un libro corto que
contiene poemas y textos en prosa que he escrito a través de los años en honor
a Franz Kafka. Su título es Un Caso llamado FK. Envié el libro a Contador
Borges, un joven poeta brasileño, quien siempre se hace llamar Borges el Menor.
Me contestó para hablarme de un paralelo
que había encontrado entre mis textos en prosa y Bat Masterson. Me imagino a
Kafka retorciéndose en su tumba, o quizás Bat Masterson. Quizá el Sr. Contador
estaba siendo gracioso, quizá estaba desbaratando mis textos, lo que no me
importa, porque pienso que todo es por el bien de la poesía; en cualquier caso,
y esto me gustaría enfatizar, su lectura es una abierta, extrema, forma de
lectura, típicamente neobarroca. No le teme a una interpretación kitsch, ni
perder el tiempo con el texto, en el sentido que la literatura no es rígida ni
flexible. El poeta cubano Eugenio Florit clama que permaneció los últimos años
de su vida leyendo a Goethe. Yo le creo. No porque fuese un especialista, pero
él pertenecía a una generación más armonizada con lo clásico. Nosotros, sin
embargo, pertenecemos a un periodo de la historia que está armonizado con lo
clásico, pero también con el detritus; armonizados con el Orden y también con
el Caos. Leemos de una forma dispersa, de una forma incontrolable y
multidireccional. No puedo concebir a un poeta neo-barroco pasando los últimos
años de su vida leyendo a un solo autor o acerca de un tema dado, sin desviarse
constantemente en su lectura.
Recientemente, mientras estuve en
México, estaba caminando con David Huerta, y recuerdo claramente, que empezamos
a hablar, entusiastamente, acerca del trabajo de Haroldo de Campos, y
terminamos discutiendo ciertos aspectos de Berceo, incluyendo su religiosidad
sin prejuicios y aspectos de su así llamado anti-semitismo. Lo cual entonces
nos movió hacia el anti-semitismo de Quevedo y su rechazo a la poesía de
Góngora. Además bromeamos, y yo le explicaba algunos aspectos esotéricos de las
bromas cubanas, y Huerta explicó la forma en que los “albures” mexicanos operan
(éstas son bromas altamente distorsionadas, mayormente basadas en contracciones
del lenguaje). Entonces, leímos y discutimos literatura “a salto de mata”,
cambiando de una cosa a otra.
Un ensayista norteamericano,
traductor de los clásicos, y escritor de prosa Guy Davenport (para mí uno de
los más importantes escritores vivientes del país) dice que lee a través del
día diferentes textos de acuerdo al pasaje de las horas, temporada del
año, su humor personal, aún al tener la
necesidad de cambiar de cuartos, posición y lugar de lectura (a veces una
silla, a veces un sofá, otras una cama) de acuerdo al material que lee. Me
parece que así es como un poeta neo-barroco lee. Yo, por ejemplo, comenzaré el
día leyendo poesía, y entonces pasaré horas leyendo ficción, después de eso leo
un capítulo de la Biblia (obviamente ambos testamentos), unas cuantas páginas
de un diccionario o una enciclopedia (hoy en día estoy leyendo un gran
diccionario de religión), paso algún tiempo leyendo a los jóvenes quienes
usualmente me envían sus libros para una opinión o simplemente por compartir, y
terminaré el día otra vez leyendo ciencia ficción. Además, leo todo el día
alternando español e inglés. Todos los poetas neo-barrocos con los que estoy en
contacto leen así. Ellos nunca aíslan a un solo autor y lo leen
sistemáticamente; en vez de eso, la tendencia es saltar de una cosa a la otra,
e incluir todos los posibles géneros literarios. Todo concuerda en nuestra
poesía, nada es en principio, descartado. Lo descartado, el desperdicio, lo
rechazado, es parte del texto, y muchas veces es el texto.
Para darte una visión más
concreta de lo que estamos haciendo, déjame recurrir a lo didáctico, y
superficialmente crear tres modelos básicos (aquí subrayaría la palabra
básico). Me gustaría nombrar a estos tres modelos o categorías como Pesadas,
Medianamente Pesadas (o quizá Medio Ligera) y Ligera. Intentaré darte ahora una
caracterización del trabajo de unos cuantos poetas neo-barrocos que pueden
concordar con algunas características dadas más arriba. Para la Pesada te
presentaré la poesía de Gerardo Deniz, Wilson Bueno, Eduardo Espina y Reynaldo
Jiménez. Para el grupo Mediano te presentaré el trabajo de Roberto Echavarren,
Néstor Perlongher y Coral Bracho. Y finalmente procederé a caracterizar los
trabajos separados de dos poetas neo-barrocos más Ligeros, David Huerta y Raúl
Zurita. Todos estos poetas son densos y complejos, difíciles de seguir y
digerir, aún la textura de su material se mueve de Pesado a Ligero. Lo que
ellos escriben, si se compara, por ejemplo, con la Antipoesía de Nicanor Parra,
le falta estabilidad, una unidad de forma y contenido, una cronología. Toma un
poema de Parra, y fíjate en su estructura silogística: se mueve hacia delante,
línea a línea, empujando linealmente desde la premisa primaria o secundaria, a
una conclusión o desenlace dramático. Normalmente termina con una línea golpe,
un impacto final que en un sentido es programático; su propósito es patear el
culo del burgeois. En el caso del poeta neo-barroco, el procedimiento o
estrategia es lateral, no programático, afilado o plano a propósito, separado o
falsamente emocional, sin contener historia o usando la historia como pretexto
para la exploración del lenguaje. Puede ser una construcción de ángulo obtuso
más que una entablatura perfectamente unida y puesta junta. Aquí no hay
astillas.
GERARDO DENIZ (España, 1934, ha
vivido la mayor parte de su vida en México). El Sr. Deniz será mi primer
ejemplo de poeta Neo Barroco espeso. Es él, en serio, espeso y pesado como una
plomada. Gruñón. Aislado. “No se casa con Dios ni con el Diablo”, significa que
él no desea tener nada que ver con Dios ni con el diablo, pero que en su poesía
mezcla a los dos. Su trabajo sigue, persigue, sus propias reglas internas,
usando muchas veces bromas privadas, sin sentido y palabras que no existen (de
detritus él crea letritus, un título de uno de sus libros). El rompe, en su
poesía, la moral barata, lo coloquial o los partidos políticos. La poesía,
dice, no es una especialidad: en vez integra al no suprimir, los materiales
ausentes estando allí precisamente para enfatizar la ausencia. Ignorar no es
ignorancia o rechazo, pero una forma de subrayar lo que es muy importante.
Además, un Ethos, sí; moral barata, no. Su poesía vierte lo nuevo en viejas
formas, creando contenedores que encierran una diversidad de contenidos. Deniz
puede duramente ser llamado ortodoxo, pero conoce su teología muy bien, está
cómodo con la historia de las diferentes religiones y cultos, su vocabulario es
todo inclusivo, y puede mover el texto desde adentro de una iglesia donde una
misa católica está siendo realizada hacia las montañas de México donde alguien
está experimentando con peyote. Él constantemente recurre a los arcaísmos,
expresiones raras, localismos, y terminología técnica y científica (por años ha
sido un traductor de ciencia y ficción bajo su nombre real, que es Juan Almela.
Gerardo Deniz es un pseudónimo, donde Deniz es una palabra turca que significa
mar). Su vocabulario experimenta con lo teológico y lo metalingüístico, con el
así llamado “feísmo” o la vindicación de lo feo, y lo repugnante. Y aún él usa
ritmo interno, puede rimar y escribir un perfecto soneto. Para él nada es
permanente, lo inmutable es vagamente posible, ironía y sarcasmos son armas
para sobrevivir, y pobreza, pobreza real, significa tener que desperdiciar
tiempo entre imbéciles. Para Deniz, muy poca gente no son imbéciles. Él es
ahora legendario, vive ahora entre sus gatos, y quizá comparte con ellos su
comida. Me parece que, él concordaría con Paul Bowles, cuando dice en La Casa
de la Araña que “existen demasiados ángulos diferentes, todos ellos más o menos
igualmente válidos, desde los cuales ver la verdad;” y que no hay “un sólo modo
de expresión, un sólo estilo, que podría ser identificado apropiadamente” como
el suyo. Es como si Deniz no hubiera escrito los poemas de Deniz, pero que
éstos se escribieron a sí mismos para obliterarlo.
WILSON BUENO (Brasil, 1949). Un
poeta brasileño de Curitiba escribe, curiosamente, un libro llamado Mar
Paraguayo. Casi nada sucede, en ese libro, en términos de trama. Lo que sucede
es un aura, infernal, sentida, pensada, como remordimiento y soledad: hay un
encuentro carnal, corto, mágico, en el cual una mujer madura ama a un
jovencito, un amor relacionado con lo homoerótico así como con lo heterosexual,
intercalado con furia y compasión hacia un hombre viejo y decrépito, un hombre
al que la “heroína” de este texto tiene que cuidar. Hay un perro llamado
Brinks, una alusión a brincar, lo que el perro tiende a hacer, y a brinquedo,
juguete en portugués, porque todo el texto es un juego de lenguajes ocurrido en
tres lenguajes: portugués, español (ambos mezclados como portuñol) y guaraní.
Se puede decir que el texto está escrito en cuatro y no en tres idiomas, porque
portuñol, un híbrido, se convierte en uno solo, entonces la razón del cuarto
lenguaje, que creo, tiene un gran futuro. El lenguaje es el principal carácter
del libro, quizá el único carácter real; este lenguaje es un lugar sin lugar,
un U-topos, la instancia utópica (por primera vez no existente) como
posibilidad. Wilson Bueno escribe: “matar ô morir, su encendido furor cerca de
la muerte e sus águas, Itacupupú, chia, chia, tiní, chiní, sus águas de pura
agonia”. Donde, geográficamente, transforma español en portugués, al colocar
acentos en palabras tales como ó, águas, o lo opuesto, omitiendo el acento en
la palabra agonía, una palabra que es la misma en ambos idiomas, pero que el
autor se refiere aquí en español.
EDUARDO ESPINA (Uruguay, 1954).
Creador del término “barrococó”, un término más allá del moderno y popular
“rococó”, su trabajo está entre los más difíciles de leer: Claudio Daniel, mi
traductor portugués, quien es quizá uno de los poetas brasileños que está
haciendo más que crear un puente de verdadera comunicación entre Brasil e
Hispanoamérica, estuvo casi al punto del suicidio cuando tradujo a Espina. Yo
le dije que fuera a un manicomio por un tiempo, y quizá así podría traducir el
texto más fácilmente (e imagina, esto es traducir Espina del español al
portugués, un idioma no tan divorciado del original). Espina opera al usar lo
contingente y banal para tratar de alcanzar lo trascendental, él vandaliza la
realidad para mostrar banalidad; acción y unidad son desmembradas, lo snob es
hecho evidente, en orden de corroerlo. La fealdad es vindicada. Las palabras se
reúnen en una sofocante inclusión. La página cuadrada y claustrofóbica de
Espina. Disrupción en su estrategia básica; él altera y alterna, así que cuando
escribe una serie de homenajes están dedicados a Emily Dickinson, Walt Whitman
y Colón, pero además a Superman. Un poeta altamente sintético, en Espina, el
título y el subtítulo de un poema juegan un papel antagónico, a veces no
relacionado, conteniendo tanta belleza y magia poética, risa y vergüenza, como
la totalidad del poema. Su trabajo prueba los límites de la gramática lógica y
secuencial, tornándolo en un proceso resbaloso sin fin el cual duramente
alcanza un objetivo, porque no tiene objetivo del que se pueda hablar.
REYNALDO JIMÉNEZ (Perú, 1959). Ha
permanecido la mayor parte de su vida en Buenos Aires y es considerado un poeta
argentino. Jiménez es además un ensayista y editor, me gustaría etiquetar su
poesía, junto con el trabajo de la poeta mexicana Coral Bracho, como
“microscopista”. Usando un sistema de ecos, y operando con la textura fónica de
las palabras, Jiménez mueve superficie en interior, magnitud en infinita
microscopía. Él prolifera el lenguaje como moho, humedad, y esponja que todo lo
absorbe, alimentándose con lo que llega a ser toda vida invisible o minimizada.
Un amor por los intersticios, galaxias de palabras relacionadas, originándose
una de la otra por paronomasia. Sus poemas son un laberinto poroso, un cosmos
de casi nada, el interior de lo más recóndito plegado; un cosmos para ser
explorado obsesivamente, “desde la mano/ hasta la mano, se reparte el cosmos”.
Cada parte es un aspecto de expresión, obviamente expresión poética, y su
totalidad, un movimiento en el cual las palabras son seres en un estado de
flujo constante, cadenas de multiplicación ingiriendo y siendo ingeridas, un
movimiento que es no-categórico e inestable, una especificación que no puede
ser retenida.
Déjame ahora ejemplificar un
segundo modelo de lo neo-barroco, aquel que he llamado Medio Pesado o Medio
Ligero, por decir, para empezar, unas cuantas palabras acerca de la poesía de ROBERTO
ECHAVARREN (Uruguay, 1944). Un poeta, teórico del neo-barroco (junto con Milán,
Espina y Kamenszain), un traductor y académico con amplio rango de intereses,
la poesía de Echavarren alterna entre subjetividad intensa y objetividad
intensa: su lenguaje tiende a ser denso, pero prístino y luminoso, y
suficientemente poroso, así que el leerlo, no es tan difícil como por ejemplo
Deniz, Espina o Jiménez. Él no opera en un estilo dado, pero, a través de la
insinuación y la seducción, en vez de una continuidad de estilos que siempre
cambian creando una pluralidad de manera (y a veces, manierismo) dentro del
marco del neo-barroco. Su poesía es nómada, y su tribu no sólo vive en el
desierto; también vive en las grandes ciudades del mundo, sus museos, calles, el
peligro de la vida nocturna en la oscuridad, un mundo secreto urbano marginal
donde lo travestido, lo rechazado vive. Echavarren puede hacer poesía de una
pintura de Ingres, Antinoo como un emblema homo-erótico, un filme de segunda
clase, video clips, Memphis, Egipto, o Nueva York, jugando con la ambigüedad en
orden de exponer los múltiples niveles de realidad diaria y trascendental: “¿Su
papá no fue un papito?” Escribe Echavarren, donde papito puede significar un
padre amoroso y gentil así como también un soutener, gigoló o alcahuete.
NÉSTOR PERLONGHER (Argentina, 1949
– Brasil, 1992, una víctima del SIDA). Perlongher escribe en su poesía temprana
acerca del Imperio Austro-Húngaro colocando el concepto en un espacio
transnacional no identificable. Él mezclará, en su futuro trabajo, discursos
argentinos y brasileños, historia tradicional con el presente. Perlongher
recurre, temáticamente, a la revolución de las costumbres (él era sociólogo),
militarismo latinoamericano, culto a las drogas, SIDA y Evita Perón, a quien
llama la Diosa de las Prostitutas, en orden de desenmascarar a la realidad,
quizá excluyendo al SIDA. El arte está allí no para mostrar fotográficamente,
pero si para disparar la siempre cambiante continuidad del la realidad inaprensiva,
y una frustración del lenguaje que está siempre presente cuando se intenta
capturar el flujo de lo histórico, poético y/o lo real en la Realidad. A
propósito, Nestor Perlongher confunde las así llamadas ideas claras,
moviéndolas al límite, en espera de inyectarlas con una claridad nueva y más
actualizadas. Su poesía cuestiona la identidad sexual, el género literario,
respondiendo a si algo es prosa o poesía, o si alguien es hombre o mujer, con
ironía, irritación, risa, y por supuesto, ambigüedad: la ambigüedad de la
poesía moderna, la cual al cuestionarse, termina tratando con la sabiduría,
ambiguamente.
CORAL BRACHO (México, 1951). Es
rizomática en vez de arbórea. Su poesía se mueve microscópicamente y bajo la
tierra, devela en múltiples direcciones, sin embargo permanece sin raíces. El
agua aparece, eructa, en orden de borrar, re-escribir, y entonces volverse a
borrar: un palimpsesto. Un palimpsesto basado en la variedad lingüística,
libertad rizomática, la aventura subterránea, la búsqueda de la poesía
microscópica y verdaderamente acuática, un festival de cuestiones y materiales
resbalosos. Ella prescinde de la puntuación muchas veces para incrementar la
humedad de la realidad resbalosa, sexualidad que no está congelada o
cristalizada, pero es un receptáculo de formas que siempre cambian. Ovidiana en
naturaleza. El líquido es seminal y alegre, fluye en los contornos de la
página, y el cuerpo femenino. Fusiona y desaparece. El poema, por supuesto, es
todo lo que queda: una densidad de fluidos, una linearidad del rizoma.
Ahora me moveré al tercer y último
modelo de la poesía neo-barroca, aquella a la que llamé Ligera. Empezaré con el
trabajo de DAVID HUERTA (México, 1949). A él le gusta moverse entre sonidos,
espejos y lo visual (Huerta ha colaborado con muchos pintores mexicanos y
publicó, a través de los años, libros con su trabajo y sus trabajos). Él suyo
es un verso largo, narrativo y cercano a la prosa, siempre al límite de los
géneros literarios. Su método básico consiste en establecer para disolver,
afirmando para confutar, usando el lenguaje con el entendimiento que el
lenguaje es el instrumento de la creación también como su obstáculo: leemos a
través del lenguaje, y toda lectura es una deslectura. “Yo era un truco” dice
Huerta, precisamente para indicar que un poema es un simulacro de la realidad,
y de sí mismo. Lo mejor que puedes tener es un entendimiento cercano, una
reconfiguración cerrada de lo desconocido. Lo escrito como pureza de texto no
existe para Huerta, así que el poema nunca corresponde con la naturaleza del
mundo, y de la realidad; ya sea se exprese sin un más allá de la página: un en
sí mismo que puede prolongarse hasta el día del juicio final, en la página.
(Aquí, a propósito, estoy tentado de capitalizar la palabra página).
El otro ejemplo de Neo Barroco de
un poeta Ligero que deseo introducir es RAÚL ZURITA (Chile, 1951). Su trabajo
puede ser caracterizado por su experimentalismo audaz, el intento a la
innovación, protesta social sin una forma ideológicamente cercana, un sentido
de performance que es continuo, y, desde el punto de vista biográfico, una
necesidad o por lo menos un deseo de exhibir su propio cuerpo como un ejemplo
de lectura cercana entre cuerpo y página escrita: lo que sucede en la página
debe suceder en el cuerpo. Por ello, si en su poesía Zurita quema con palabras,
en algún punto él tomará una barra de hierro pre-calentada y se quemará su
propia mejilla para dejar una huella en su propia carne. Exhibicionismo, por un
lado; performance por otro, pero sobre todo, obligación en términos de una
junción entre vida y trabajo: no hay hendiduras allí. Si él intenta destruirse
a sí mismo, o al menos un fragmento de él, lo hace para mostrar un despertar
doloroso del mundo moderno, con sus sucias políticas, sus manipulaciones
egoístas, la locura de los pocos contra la indiferencia de los muchos. A veces
Zurita trabaja con axiomas matemáticos, a veces introduce la rígida realidad
geográfica de su país (como en sus amorosos poemas acerca del desierto de
Atacama), a veces honra la poesía chilena tradicional usando los diferentes
modos de Gabriela Mistral, Neruda, Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas y Nicanor
Parra. La suya es una continua fragmentación, un texto que se declara a sí
mismo, entonces contradiciendo lo establecido, entonces reiterando contra la
contradicción: un interminable flujo heracliteano. Por lo tanto, uno nunca
alcanza el significado como una consolidación de todo significado, la visión
permanece difusa y astillada; la sintaxis es pervertida, alterada, realterada,
regresada a la normalidad. En su rostro Zurita exhibe el paisaje de Chile, sea
una montaña o un desierto; las cicatrices, borraduras, manchas de la página
escrita también muestran, actúan y cantan en sus mejillas.
Charles Ives, el gran compositor
americano, ha dedicado un ensayo lúcido sobre Thoreau, en el cual en algún
punto dice: “Parece que Thoureau deja que la naturaleza lo ponga bajo su
microscopio, en vez de tenerla a ella bajo el suyo” Y también agrega: “El estudio
de la naturaleza puede tender a hacer a uno dogmático pero el amor por la
naturaleza seguramente no”. Estaríamos nosotros, simplemente, para escribir
poesía donde Ives escribe Naturaleza, tendríamos entonces una buena visión del
credo que un poeta neo-barroco expresa en su trabajo; ya sea él un instrumento
de la Poesía y no Poesía, un humilde alfarero y artesano trabajando, y no un
Creador; la Mano del Tintorero, digamos, en vez del Hacedor del Tinte.
Moviéndose bajo el microscopio de la poesía el poeta neo-barroco escribe
microscópicamente, mientras inscribe el Macrocosmos. Y esto el poeta no lo hace
dogmáticamente, pero sí proviene del amor. Por lo tanto, un sumario de la
poesía neo-barroca incluiría nociones tales como dispersión, la re-apropiación
de estilos ya formados, estilos que se mueven en paisajes bárbaros, donde las
ruinas son unidas; una escritura donde el trobar clus y lo hermético prolifera,
donde existe gran turbulencia; mezclas anti-naturales, una alegría construida
al combinar lenguajes, la disolución del sentido unidireccional, sin ensalzar
el Yo, o el Ego; polifonía, polivalencia y versatilidad, utilización de estilos
dados en orden de deconstruirlos, creando una verdadera explosión de diferentes
formas de escritura, una mancha de materiales, una firma hacia lo feo, lo
sórdido, lo reciclable, todo esto
caracteriza el neo-barroco. En verdad, esta es una poesía que en su diversidad
funciona por amor y no por el hecho del dogma como imposición.
Me gustaría terminar diciendo que desde
la muerte de Octavio Paz y Haroldo de Campos, no existen más vacas sagradas
cuando se refiere a la poesía en Latinoamérica. Cuando digo vacas sagradas no
quiero decir esto derogatoriamente, sino simplemente como descripción de una
situación histórica. Nuestros antepasados, ya sea Neruda, Huidobro, Vallejo,
Lezama o Paz, fueron percibidos como grandes, grandiosos, nunca
intercambiables, tan separados como guijarros en un paisaje. Lo que tienes
ahora, por otro lado, es un nuevo fenómeno: un grupo de poetas (fácilmente
puedo mencionar a cuarenta, cincuenta de ellos que leo con respeto y un
creciente interés) cuyos miembros no se consideran que compiten entre ellos,
uno de ellos siendo mejor poeta que el resto; en vez, son considerados como
Primus Inter Pares, no guijarros, pero grava, quienes en vez de competir
conforman un grupo híbrido, ideológicamente desnudo, feliz o infelizmente
productivo, cada uno sintiendo su presencia y trabajando para ser Primeros
entre los Primeros, de forma que ninguno sea disminuido. Existe, yo creo, un
nivel de idealización en lo que estoy diciendo; pero siento que estamos movidos
por fuerzas históricas que se están divorciando de la lujuria excesiva, la
vanidad, la egolatría. Cuando era joven,
estuve caminando un día por la Calle Ocho, Greenwich Village, New York, con un
famoso poeta latinoamericano. En un punto me tomó de un brazo y me dijo:
“¿José, acaso no piensas que le gano a Vallejo por una nariz?” Yo lo miré y
repliqué, instintivamente: “No te olvides, por favor, que eres ñato”.
Obviamente, él nunca me habló otra vez. No me importó y tampoco me importa
ahora. Yo no creo que la poesía sea una carrera de ratas o una pelea de perros.
Por el contrario, la poesía para mí es un experimento en lo desconocido, una
búsqueda de la belleza, el conocimiento y la sabiduría a través del misterio de
un complejo, multidimensional, y simultáneo lenguaje, que a un punto dado es
recibido, transmitido, y no entendido del todo o rígidamente controlado por el
poeta.
(Traducción de Renzo Parodi)
José Kozer (La Habana, 1940). Ha
publicado en poesía: Padres y otras confesiones (1972), Poemas de Guadalupe
(1973), De Chepén a La Habana (1973), Este judío de números y letras (1975), Y
así tomaron posesión en las ciudades (1978), La rueca de los semblantes (1980),
Jarrón de las abreviaturas (1980), Bajo este cien (1983), La garza sin sombras
(1985), El carillón de los muertos (1987), Carece de causa (1988), De donde
oscilan los seres en sus proporciones (1990), Prójimos.Intimates (1990), Una
índole (1993), Trazas del lirondo (1993), Et mutabile (1995), Los paréntesis
(1995), aaa1144 (1997), La maquinaria ilimitada (1998), Dípticos (1998),
Farándula (1999), Rosa cúbica (2002) y las antologías poéticas No buscan
reflejarse (2001) e Y del esparto la invariabilidad (2005). Reside en la
actualidad en Hallandale, La Florida.
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