Síntesis
Fiel a la naturaleza caudalosa
del impulso barroco, la poesía latinoamericana se ha desplazado raudamente, en
tan sólo seis décadas, del barroco redivivo en neobarroco a un postbarroco en
plena fragua y ha llegado hasta a las amenazas de la dilución de ese barro
genésico. Las manifestaciones teóricas más recientes sobre el fenómeno son las
de la poeta y crítica argentina Tamara Kamenszain al referirse a un posible
“neoborroso”, atribuible a los epígonos del movimiento; las del poeta peruano
Maurizio Medo, al postular o sugerir un posible
postbarroco del momento; y las de un grupo de poetas agrupados en Nueva
York y encabezados por el colombiano Gabriel Jaime Caro, autodenominados los
Neoberracos, quienes han publicado un delirante manifiesto.
Germen
En general, el barroco es un
movimiento cultural o período del arte que apareció en el año 1600,
aproximadamente, y que llegó hasta el 1750. El término barroco surge
originariamente con un significado peyorativo, a través de los siglos XVIII y
XIX se usa como sinónimo de recargado, desmesurado, irracional.
El ideal artístico del barroco en
la literatura consiste en haber valorado la libertad absoluta para crear y
distorsionar las formas, la condensación conceptual y la complejidad en la
expresión. Todo ello tenía como finalidad asombrar o maravillar al lector. Dos
corrientes estilísticas ejemplifican estos caracteres: el conceptismo y el
culteranismo. Ambas son, en realidad, dos facetas de estilo barroco que
comparten un mismo propósito: crear complicación y artificio. El conceptismo
incide, sobre todo, en el plano del pensamiento. Su teórico y definidor fue
Gracián, quien en Agudeza y arte de ingenio definió el concepto como “aquel
acto del entendimiento, que exprime las correspondencias que se hallan entre
los objetos”. Para conseguir este fin, los autores conceptistas se valieron de
recursos retóricos, tales como la paradoja, la paronomasia o la elipsis.
También emplearon con frecuencia la dilogía, recurso que consiste en emplear un
significante con dos posibles significados.
El culteranismo, a su vez,
representado por Góngora, se preocupa, sobre todo, por la expresión. Sus
caracteres más sobresalientes son la latinización del lenguaje y el empleo
intensivo de metáforas e imágenes. La latinización del lenguaje se logra
fundamentalmente mediante el uso intensivo del hipérbaton y el gusto por
incluir cultismos y neologismos, como, por ejemplo, fulgor, candor, armonía,
palestra. La metáfora es la base de la poesía culterana. El encadenamiento de
metáforas o series de imágenes tiene el objetivo de huir de la realidad
cotidiana para instalarnos en el universo artificial e idealizado de la poesía.
Posteriormente, hemos tenido la
aparición del llamado neobarroco, cuya primera mención fue acuñada por Haroldo
de Campos en 1955, y luego amplificada, en 1972 –aparentemente, sin noticias
del primer abordaje del poeta concretista–, por el escritor cubano Severo Sarduy
en su libro “Barroco”. Según Sarduy, “el
neobarroco no es otra cosa que un resurgimiento del barroco histórico"(*).
Sólo después, en los 80s, y ya con la emergencia de otros nombres, se
procedería a potenciar el neobarroco mucho más allá del resurgimiento de un
concepto estético previo. Su naturaleza diferente, su trascendencia del prefijo
“neo” quedó patente al ser refrendada nuevamente por Haroldo en su breve ensayo
“Barroco, neobarroco, transbarroco” del año 2002.
Vale indicar que para muchos
lectores el, o lo, neobarroco es propiamente lo que Néstor Perlongher llamó,
con ánimo verdaderamente paródico, neobarroso, al hacer referencia al barro del
fondo del río de La Plata, que divide Argentina y Uruguay, y su reproducción en
las poéticas de algunos nombres provenientes de la zona. Contribuye a reforzar
esta opinión el hecho de que argentinos fueran nombres claves como el propio
Perlongher, Tamara Kamenszain, Arturo Carrera y Osvaldo Lamborghini, y
uruguayos como Eduardo Espina, Marosa di Giorgio, Eduardo Milán, Roberto
Echavarren, etc. Donde empieza a resquebrajarse esta impresión, o más bien, a
expandirse el criterio neobarroco, es cuando se piensa en la inmensidad lírica
del cubano José Kozer, figura medular de esta expresión neobarroca, y quien ha sido
reconocido recientemente con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda,
en Chile, cosa sin dudas indicadora de una especie de primer “reconocimiento
oficial” del neobarroco, luego de haber sido desmenuzado e híper analizado por
la academia, y haberle sido abiertas las puertas de las grandes editoriales
iberoamericanas. La misma impresión nos queda cuando apelamos a nombres
esenciales como los mexicanos David Huerta y Coral Bracho o los peruanos
Reynaldo Jiménez y Roger Santivañez. En definitiva, y ya en terreno teórico, el
teatro burlesco neobarroso hace constar que toda mutación del tema neobarroco
provendrá desde dentro. Visto esto, el neobarroco como tal, simplificando al
máximo, fue una especie de movimiento literario no programático, esencialmente
poético y teórico, que se desarrolló en América Latina en las décadas de los
80s y 90s, cuyo momento cumbre sería la antología “Medusario”, de 1996. Ahora
bien, lo neobarroco es otra cosa: una especie de sentimiento, de modo y manera,
de flujo poético inasible presente en distintas poéticas actuales.
Pasando ahora a la poesía
neobarroca, nuestro tema medular, ésta es mayormente entendida como una
reacción tanto contra la vanguardia como contra el coloquialismo más o menos
comprometido, puesto que:
- Comparte con la vanguardia una
tendencia a la experimentación con el lenguaje, pero evita el didactismo
ocasional de ésta, así como su preocupación estrecha con la imagen como icono,
que lleva a remplazar la conexión gramatical con la anáfora y la enumeración
caótica.
Si la vanguardia es una poesía de
la imagen y de la metáfora, la poesía neobarroca promueve la conexión
gramatical a través de una sintaxis complicada. El mismo Haroldo de Campos,
después de la etapa del concretismo, ha escrito las Galaxias, ejercicio
sintáctico de largo aliento. Los neobarrocos conciben su poesía como aventura
del pensamiento más allá de los procedimientos circunscritos de la vanguardia.
- Aunque pueda resultar en
ocasiones directa y anecdótica, la poesía neobarroca rechaza la noción,
defendida expresa o implícitamente por los coloquialistas, de que hay una
"vía media" de la comunicación poética. Los coloquialistas (o
conversacionalistas, nota mía) operan según un modelo preconcebido de lo que
puede ser dicho, y cómo, para hacerse entender y para adoctrinar a cierto
público. Los poetas neobarrocos, al contario, pasan de un nivel de referencia a
otro, sin limitarse a una estrategia específica, o a cierto vocabulario, o a
una distancia irónica fija. Puede decirse que no tienen estilo, ya que más bien
se deslizan de un estilo a otro sin volverse prisioneros de una posición o
procedimiento.
Lo cierto es que, estando en
estos tiempos de posmodernidad tardía en debate la poesía, como fenómeno
expresivo de la realidad y esencia humanas, así como de los conocimientos
acumulados, el debate ha de trascender los abordajes francos de la realidad, la
vía recta, en esta actualidad de simultaneísmo de caos y orden, limite y
exceso, totalidad y fragmento, fijación e inestabilidad. Al parecer, nos
encontramos en plena Era Neobarroca, como propone Omar Calabrese en su libro de
1987 con ese mismo título. “¿Cuál es el gusto predominante de este tiempo
nuestro, tan aparentemente confuso, fragmentado, indescifrable?”, se pregunta
Calabrese, y cree haberlo encontrado, proponiendo para él también un nombre:
neobarroco.
Al trascender los ismos, al
filtrarse, infiltrarse, permear las múltiples capas tectónicas del texto, lo
neobarroco es un impulso, rastreable en muchas voces a lo largo de la lengua,
trascendiendo los países, islas, continentes. Lenguaje sierpe, dice José Kozer
–uno de los grandes nombres ligados al neobarroco–, ese lenguaje que se desliza
a ras de tierra para poder volar.
Naturalmente, no se debe obviar
que el impulso neobarroco ha producido obras en prosa medulares, como las
novelas Paradiso y Opianno Licario de Lezama Lima, El Gran Sertón: Veredas de
Guimaraes Rosa, toda la obra narrativa de Severo Sarduy (salvo, quizás, Gestos)
y (si los vemos como tal, como narrativa) Catatau de Paulo Leminsky y Mar
paraguayo de Wilson Bueno.
Y el que se llama neobarroco
latinoamericano implica al menos dos lenguas oficiales: el castellano y el
portugués, a lo que debemos agregar la complejidad de los distintos castellanos
escritos en cada país, y que además hablamos de “brasileño”, más que de
propiamente lengua portuguesa. Súmense las expresiones del portuñol y tendremos
el panorama completo del nuevo orden.
Antologías que tocan las
partituras neobarrocas: Caribe transplatino (19XX), de Néstor Perlongher y
Josely Vianna Baptista; Transplatinos (19XX), de Roberto Echavarren, Medusario,
muestra de poesía latinoamericana (1996), de José Kozer, Roberto Echavarren y
Jacobo Sefami; Jardín de Camaleones (a poesía neobarroca na América Latina
(2003), de Claudio Daniel; y País Imaginario,
escrituras y transtextos, poesía en América Latina (20XX y 2014), de
Mario Arteca, Benito del Pliego y Maurizio Medo, que incluye poetas nacidos
entre 1960 y 1979.
En esta última muestra se retorna
al prefijo “trans” aplicado a lo barroco, ya expuesto por Haroldo de Campos
como deriva neobarroco. Al paso que vamos, de prefijo a prefijo (neo, trans,
post), se va haciendo constar la existencia de dos categorías opuestas: lo
barroco y lo no-barroco o, tal vez, forzando las cosas, lo contra-barroco. Tal
vez se llegue a hablar en algún momento de lo tardo-barroco. Por ahora, lo
postbarroco parece apuntar a la trascendencia o síntesis de los opuestos
claridad-oscuridad, a su mescolanza, para mi ejemplificada claramente por los poetas
ecuatorianos Juan José Rodriguez Santamaría, Cesar Eduardo Carrión, Luis Carlos
Mussó, Ernesto Carrion y Andrés Villalba Becdach; los paraguayos Joaquín
Morales, Monserrat Álvarez y Cristino Bogado, los puertorriqueños Pedro
López-Adorno y Néstor Barreto, los mexicanos Rocío Cerón, Yaxkin Melchy, Daniel
Bencomo y Ángel Ortuño, los chilenos Pedro Montealegre, Paula Ilabaca y Sergio
Alfsen-Romussi, los argentinos Carlos Elliff, Romina Freschi y Juan Salzano,
los peruanos Maurizio Medo, Victoria Guerrero y Manuel Liendo, los uruguayos
Emilio Laferranderie, Enrique Bacci y Manuel Barrios, los dominicanos Plinio
Chahin, Neronessa y Pablo Reyes, los cubanos Pablo de Cuba Soria, Damaris
Calderón y Rogelio Saunders… Una nómina que habla, más que de países, de poéticas
y voces, de abordajes y deconstrucciones, de perspectivas de detonación “desde
el vislumbre (dice Eduardo Milán, agudo teórico de estos impulsos) de la
imposibilidad de lo poético contemporáneo de acceder a una dicción sublime”
(**).
Criteria
Lezama –melaza o maleza– Lima.
“Only one answer: write carelessly so that
nothing that is not green will survive”.
Sólo una respuesta: escribe descuidadamente de manera que nada que no sea verde sobreviva. Este verso del “Paterson” de William Carlos Williams.
Sólo una respuesta: escribe descuidadamente de manera que nada que no sea verde sobreviva. Este verso del “Paterson” de William Carlos Williams.
El poema, visto así, desde lo
neobarroco, incluye su excedente.
Lezama Lima calificó al barroco americano como un fenómeno de “contra conquista”. Yo diría que es la vuelta de Darío, esparcida por nuestra lengua-cultura, en el sentido de la reconquista. Hemos hecho que nos vean como renovadores de una lengua que dejó de ser exclusivamente castellana, para estallar en múltiples lenguas españolas, como esa fruta de granada colorida. Cada vez que recuerdo que el influjo del Siglo de Oro ha encontrado su sobredimensión en el neobarroco caribeño, el neobarroso de La Plata y hasta en el neoverraco antioqueño, me corre mejor la sangre. La antipoesía es nuestra, el concretismo también lo es. Lo que escriben los novísimos mexicanos es profundamente ancilar: Bravo Varela, Rocío Cerón, Herbert, Fabre, Lumbreras, Plascencia Ñol… Y ni hablar de lo que pasa en Argentina y Uruguay: objetivismo en pulso con los alógenos y el impulso revisionista-neobarroco de Mario Arteca, Romina Freschi… Y cuando se trata de vehicular lo indígena con nuestra lengua madre, ocurre un estallido: Cristino Bogado, Jaime Luis Huenún… El tratamiento de lo cotidiano en el ecuatoriano Edwin Madrid, el chileno Germán Carrasco, la nicaragüense Tania Montenegro, el argentino Washington Cucurto, la peruana Monserrat Álvarez y el costarricense Luis Chaves sería deseable como auténtica poesía de la experiencia. Y ¿cómo nos explicamos en Paraguay un arrebato léxico como el de Joaquín Morales, ah? Eso para quedarnos con los más jóvenes, y para no abrumar recordando fichas claves, incluso todavía poderosamente vivos, como Gonzalo Rojas, Belli, Gelman, Deniz, Hinostroza, Jotamario, Verástegui, Cardenal, y me voy quedando corto.
Aparte, es un hecho que el
impulso neobarroco postuló nombres de impronta permanente: Kozer, Perlongher,
Marosa, Reynaldo Jiménez, Coral Bracho, Osvaldo Lamborghini, Eduardo Milán,
Juan Luis Martínez, Arturo Carrera, Eduardo Espina, David Huerta…
En fin: el nuevo paradigma, ya
implantado y en plena germinación.
* La teoría del neobarroco de
Severo Sarduy, Samuel Arriarán.
**Neobarroso, Eduardo Milán.
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