miércoles, 18 de septiembre de 2013

El barroco en Latinoamérica: ¿Metáfora de la descomposición moderna? - Fausto Rivera Yánez

La escisión irreparable entre pensamiento y expresión, entre fondo y forma, que configura la agrietada base del pensamiento occidental, se desvanece en el barroco, al pasar la primera a la superficie, a la textura, y perder por tanto su carácter primario, profundo y arcano. Al regresar al barroco, los escritores neobarrocos persiguen, precisamente, cerrar la escisión, reducir la ideología humanista y burguesa a exterioridad. En las obras de Lezama y Sarduy, sobre todo, esa ideología será fijada textualmente, será inscripta como trabajo textual o como adorno – quedará reducida a algo visual y pictórico.
Roberto González Echevarría

El interés de este ensayo consiste en evidenciar los diferentes discursos, conceptos y categorías que se han construido alrededor de lo que se denomina como literatura barroca y neobarroca, producida en América Latina durante el siglo XX.
Sin embargo, una inquietud que surge acerca de la temática, y que personalmente comparto, reside en reflejar cómo el barroco replantea los términos en que América Latina ingresó en el campo de la modernidad, y para ello, la narrativa escrita en el anterior siglo es un canal que posibilita dicha comprensión.

Tras las huellas de un origen escindido.

Tal como lo señaló Severo Sarduy en su ensayo sobre El barroco y el neobarroco: “El barroco estaba destinado, desde su nacimiento, a la ambigüedad, a la difusión semántica. Fue la gruesa perla irregular —en español barrueco o berrueco, en portugués barroco—, la roca, lo nudoso la densidad aglutinada de la piedra”.
Si nos situamos desde una lectura de la historia del arte, se ha acordado que el barroco aparece después de lo que se conoce como el manierismo, tendencia (llamémoslo así por ahora) que nace en Italia en 1520, y que se extiende hasta 1570. Es decir, se ubica entre el Renacimiento y el surgimiento del barroco en sí.
Octavio Paz, en el capítulo IV: Una literatura trasplantada, de su libro Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la fe, señala: “Barroquismo y romanticismo son dos manierismos, las semejanzas entre ellos recubren diferencias muy profundas. Los dos proclaman, frente al clasicismo, una estética de lo irregular y lo único; los dos se presentan como una transgresión de las normas. Pero en la transgresión romántica el eje de la acción es el sujeto mientras que la transgresión barroca se ejerce sobre el objeto”.
El barroco sería entonces, según quienes sostienen esta tesis, una expresión que adopta el manierismo en Europa durante el siglo XVI para enfrentarse a los objetos inasibles de la representación. Pero también, emergería como consecuencia de específicos hechos históricos y religiosos, como fueron las disputas por la Reforma y Contrarreforma de la Iglesia, el auge de las ciencias físicas y astronómicas.
Aquello devendría, hipotéticamente, en una crisis del ser humano de orden espiritual, caracterizada por la perpetua tensión entre cuerpo y alma, fe e incertidumbre, momento e inmortalidad. El barroco reclamaría una estética de lo irregular y lo único. Transgrediría los objetos de su orden natural con el objetivo —como señala Octavio Paz— de asombrar y maravillar.
Para estudiosos como Zamir Bechara o Mabel Moraña, es necesario disociar el barroco hispanoamericano del español, en tanto este último, para Bechara, sería una prolongación del primero, pero que adquiriría nuevas significaciones según el contexto social, histórico y cultural en el que aterriza.
Moraña, por su parte, en su texto Barroco y conciencia criolla en Hispanoamérica, observa en el barroco hispanoamericano procesos de “imposición cultural y reproducción ideológica que acompañaron a la práctica imperial” de la Conquista. Por lo tanto, para la autora, el barroco se constituiría como el “arte de la contraconquista” española.
En este breve concierto de significados y significantes históricos que no se dejan fijar, el barroco, desde mi lectura, es el encuentro de códigos, signos y temporalidades. Refleja una (des)razón estética de ruptura y añoranza. Plantea y desafía nuevos horizontes en la literatura clásica. Rebate las convencionales categorías estéticas que se nutren de la limpieza y la belleza. Simboliza el triunfo de la subjetividad del artista sobre las limitaciones que plantean los modelos naturales, ampliamente retratados en la narrativa del siglo XIX.
Barroco: posibilidad de ostentación y difusión de placeres, de la conmoción erótica y la tragedia alegórica. Surgiría para certificar las dificultades, limitaciones y agotamientos de la modernidad y del capitalismo tardío en nuestro tiempo.
¿Cómo se vincula el barroco a la literatura latinoamericana en el siglo XX?
Irlemar Chiampi, en su trabajo Barroco y modernidad, destaca que han sido tres los momentos que insertaron el barroco en la modernidad latinoamericana:
1. Se refiere a la legibilidad estética, que es posible a través del modernismo y la vanguardia.
2. Tiene que ver con la legitimación histórica, que arranca con la llamada “nueva novela” de los años cincuenta, y se extiende hasta el boom literario de los sesenta.
3. Adicionalmente, desde los setenta en adelante, surge un grupo nutrido de escritores en el periodo que por conveniencia se define como posboom.
Sosteniendo la tesis de Chiampi, debemos considerar los nudos de ruptura, revalorización semántica y creación literaria que se produjeron en el territorio desde inicios del pasado siglo, para así entender la inserción del barroco en nuestras letras.
Como primer quiebre, se observa que a finales del siglo XIX, el poeta nicaragüense Rubén Darío, devino en una suerte de versión temprana del barroco, alineado al proyecto modernista de ordenar la literatura latinoamericana con “el parnasismo y el simbolismo”(1).
El barroco, “desenterrado” por Darío, se entiende más como una prolongación temática que se ajusta con las producciones literarias eurocéntricas dentro de las prácticas estéticas que pretendían destacar “una tradición marginada de los ochocientos”(2).
Ya en la primera mitad del siglo XX, se vive la llamada “estética premoderna”, en la que destaca la figura del argentino Jorge Luis Borges. Así, por ejemplo, en sus manifiestos ultraístas de 1921 aplaude la orientación “jubilosamente barroca” de Ramón Gómez de la Serna, además de mencionar reiteradamente las obras de Quevedo, Gracián y Góngora, destacando la metáfora gongorina, que estaba relacionada “al contexto crítico europeo postsimbolista, que inicia la recuperación estética de Góngora, mediante el paralelo con Mallarmé, tras el purgatorio de tres siglos”(3).
Sin embargo, años más tarde, en una entrevista con Soler Serrano, al referirse sobre su forma de escribir, Borges diría que es “del modo más sencillo posible”, en contraposición al barroco, que considera “una vanidad o una soberbia del escritor”. En todo caso, con estos autores, según Chiampi, se identificaría el momento de la legibilidad estética del barroco.
Posteriormente, la literatura latinoamericana, además se ser explícita en la experimentación de “claves barrocas”, incluye en su discusión el “contenido americano” o la búsqueda de “la conciencia americanista” como dispositivos de construcción de una identidad nacional con proyección americana.
En este momento, que se lo identifica como de legitimación histórica, son dos los autores que dialogan sobre el barroco como posibilidad de identificación cultural en el continente: José Lezama Lima en los años cincuenta, y Alejo Carpentier en los sesenta.

Los dos monstruos de la literatura cubana

Porque el barroco de verdad, el verdadero y no el escoliasta, es el español y el nuestro, el que tiene como padre el gótico flamígero, tardío o cansado, y como hijo al churriguera de proliferación incesante…
José Lezama Lima
Por una parte, encontramos la lucha de Lezama Lima por la reivindicación de lo barroco como “cosa nuestra”. Para el autor, el barroco occidental (europeo) se manifiesta como una “acumulación sin tensión y asimetría sin plutonismo”, mientras que el barroco americano, o novohispano, “tiene tensión y un fuego originario que rompe los fragmentos y los unifica”. El plutonismo, según Lezama, es como un Big Bang del que resultará el mundo de la imaginación (noción que la recupera Severo Sarduy también).
En este sentido, Lezama disocia conceptualmente las categorías de tensión y plutonismo de la siguiente manera:
1.   La “tensión” es la característica que, en vez de acopiar como en el barroco europeo, combina los elementos presentes para llegar a una “forma unitiva” en el barroco novohispano: nada se destruye, todo nos lleva a un nuevo estado.
2. El “plutonismo” corresponde para Lezama el contenido crítico del barroco americano.
Considerando que lo plutónico es la lava flagrante, creadora de la corteza terrestre, y que en la cosmovisión griega, Plutón es el señor de los infiernos, se entiende al plutonismo como “el fuego originario que rompe los fragmentos y los unifica”, pues abarca la fragmentación y combina los retazos para generar un nuevo orden cultural.
Ambas nociones, plutonismo y tensión, se acoplan para demostrar la ya mencionada definición lezamiana del “signo barroco americano” como “un arte de la contraconquista”, pues en las diferentes manifestaciones artísticas (sobre todo en la literatura, la escultura y la pintura), se pretendió sintetizar lo español sobre lo americano (igual a la tesis que sotiene Moraña). Entonces, el barroco se sitúa para el autor como nuestra metahistoria.
Siguiendo el trabajo de Chiampi, la autora destaca que para Lezama el barroco sería ibérico como consecuencia del “descubrimiento” del territorio, y americano por los efectos de la colonización europea. Por lo tanto, el barroco no se ubicaría como una “constante artística” o una “voluntad de forma”, postura asumida por Eugenio D´Ors, sino más bien, se localiza como un “fenómeno transhistórico” o, en palabras de Chiampi: “Una etapa a la que las culturas arriban por la fatalidad histórica o el cansancio del clasicismo”.
Por otra parte, para Alejo Carpentier, su estrategia consistía en ajustar lo que él llamó como lo “real maravilloso americano”, con una reflexión lingüística sobre el barroco. Para Carpentier, el barroco, que está sostenido en la desmesura y la propagación de significantes para categorizar un objeto de la realidad, ya sea natural, histórico e inclusive artificial, se justifica como un artificio necesario para inscribir los “contextos americanos” en la cultura universal. Es decir, para que puedan ser leídos ante los ojos de todos.
Mientras que Carpentier eleva “lo real maravilloso” a la categoría del “ser”, Lezama insiste en la noción de lo americano como un devenir (se puede ser y no ser), en constante transformación. Si Carpentier habla de retomar lo barroco como estilo, que se traduce en una suerte de representar “nuestras esencias americanas”, Lezama transmuta lo barroco en una permanente encrucijada en construcción.
Carpentier señaló como “error fundamental” abordar el barroco como “una creación del siglo XVII”, o como un “estilo histórico”, pues para este cubano, lo barroco se presentaba como una “constante humana” o una suerte de pulsión creadora (categorías asumidas por Eugenio D´Ors). Mientras que Lezama claramente relacionó al barroco como un estilo “transhistórico” propio.

Neobarroco o la búsqueda de una voz artificial

Ya en la segunda mitad del siglo XX, los residuos de la modernidad empiezan a visibilizarse con fuerza, pero simultáneamente, estas nuevas generaciones se reflejan sobre un espejo que de ningún modo es nítido, sino que está atravesado por las fallas del régimen: dependencia tecnológica, colonialismo, corrupción interna, saqueo territorial y deterioro de las estructuras sociales, entre otros.
De esta forma, la ambigüedad, la persuasión y la alegoría se convierten en coordenadas que guían la interpretación y representación que los sectores ubicados en los márgenes de este mundo hacen de la realidad; de ahí, que la literatura producida en este espacio se transforma en una superficie para transgredir la sujeción que provoca el sistema sobre los seres humanos.
Chiampi señala que el impacto del capitalismo tardío sobre esta nueva “sociedad postmoderna” ha sido procesado por la periferia a manera de reciclaje, reutilización y recomposición de la cultura producida desde los centros de poder, pero dejando a un lado esa visión terrorífica de rechazo y escapismo al sistema (insignia de la posición antimodernista), para en este caso, reapropiarse de todos esos elementos.
Por lo tanto, y en la línea de Chiampi, el neobarroco (o nuevo barroco) se inscribiría en ese contexto, pues sería la puesta en escena de una sensibilidad compuesta de esas miles sensibilidades y fisuras que genera la modernidad.
Así, para el escritor mexicano Carlos Monsiváis, el neobarroco sería “la profundidad hecha de oscuridades; el horror vacui o miedo a los espacios vacíos; el estallido de la forma que en su propio despliegue se complace; la recreación de lo humano como paisaje de la Naturaleza orgánica el punto de tensión extrema que es el sinónimo del acto creativo”.
Es necesario ubicar en este diálogo la reflexión propuesta por el tercer monstruo de la literatura cubana: Severo Sarduy, en tanto señala que son dos las categorías fundamentales que se privilegian en los textos llamados neobarrocos: el espacio y el sujeto.
En cuanto al espacio, se evidencia una crisis sobre el orden de establecer hechos cronológicos. Se debilita la historicidad oficial y se descentra al sujeto moderno. Se revela una lectura en fragmentos, los personajes desvanecen y mutan en apariciones. Hay constantes alusiones al movimiento perpetuo o ad infinitum, más no a la temporalidad.
Para Sarduy, el neobarroco es el “arte de descomponer un orden y componer un desorden”. La literatura neobarroca irrumpiría el sentido lineal del movimiento histórico y fracturaría la categoría antropocéntrica del sujeto moderno.
Además, según Sarduy, el neobarroco refleja estructuralmente la inarmonía, la ruptura de la homogeneidad: del logos en tanto que absoluto. La carencia constituye el fundamento epistémico del neobarroco. El desequilibrio es el reflejo estructural de un deseo que no puede alcanzar su objeto. La mirada ya no es solamente infinita, abundante, desmesurada como en el barroco, sino que “el objeto parcial se ha convertido en objeto perdido”(4).

El neobarroco, sería entonces, el reflejo pulverizado de un saber que ya no está apaciblemente cerrado sobre sí mismo, a diferencia del barroco que, a pesar de representar un universo móvil y descentrado, no deja de ser armónico y organizado.

Hazme un guiño en exceso, más no excesivo

Es pertinente acotar lo que el ensayista y crítico venezolano, Alejandro Varderi, señala en cuanto a las obras producidas en la región en la segunda mitad del siglo XX que se manifiestan como excesivas, y no del exceso. Entre ellas están las del boom latinoamericano, en el que destacan autores como Miguel Ángel de Asturias, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez, quienes han ejecutado una obra excesiva, más no del exceso, en tanto sus textos se perciben con presunciones totalizantes que carecerían, en la mayoría de sus obras, de elementos como la ironía, la ambigüedad, la artificialización, la alegoría, la carnavalización y, sobre todo, la “revalorización de las diferencias y de los diferentes”(5).
El autor señala, y a manera de hipótesis, cómo la posmodernidad ha logrado descarriar la atención del público y la crítica hacia los márgenes desde donde se escribe la literatura neobarroca, y ya no en el ámbito convencional de la literatura erudita y reconocida, de la literatura políticamente correcta. Ahora, se habla desde la otredad, desde la mujer feminista, la lesbiana, el travesti o el transexual.

Apuntes para ya acabar

Retomando los planteamientos de Chiampi, debemos considerar al barroco como el rescate de “una estética y una política literaria que, mostrándose como una auténtica mutación paradigmática en las formas poéticas, conlleva, entre otras consecuencias, el abandono de la presencia sorda del siglo XVIII en nuestra mentalidad”(6).
Las tesis que hoy reivindican el barroco en el terreno literario de nuestro continente en plena modernidad nos conducen a varias posturas; sin embargo, coincido en señalar que el barroco se presenta como un ejercicio de despilfarro que niega la lógica economicista del capitalismo. La razón estética de su obra se despliega en la exaltación de los espacios, las figuras y los cuerpos. Sus personajes encarnan, literalmente, el dolor de la criatura sujeta al orden de la naturaleza controlada por el sujeto moderno.

BIBLIOGRAFÍA
1. Carpentier, Alejo, La Novela Latinoamericana en Vísperas de un Nuevo Siglo, España, Siglo Veintiuno Editores, 1981
2. Omar, Calabrese, La Era Neobarroca, España, CATEDRA: Signo e Imagen, 1989.
3. Chiampi, Irlemar, Barroco y Modernidad, México, Fondo de Cultura Económica, 2000.
4. Echeverría, Bolívar, Modernidad, Mestizaje Cultural, Ethos Barroco, México, UNAM: El Equilibrista, 1994.
5. González Echeverría, Roberto, Plan Song: Sarduy’s Cobra en Celestina’s Brood, Duke University Press, Estados Unidos, 1993.
6. Lezama Lima, José, La Curiosidad Barroca, Cuba, Séptima Edición, 2001. 
7. Paz, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o la Trampas de la Fé, México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
8. Sarduy, Severo, La simulación en Obra Completa, Madrid, Barcelona, Lisboa, París, México, Buenos Aires, Sao Paulo, Lima, Guatemala, San José, ALLCA XX, 1999.
      1.  9.Schumm, Petra (ed.), Barrocos y Modernos, Madrid, Vervuert Iberoamericana, 1998.
10.Varderi, Alejandro, Del barroco al kitsch en la narrativa y el cine postmodernos, Madrid, Editorial Pliegos, 1996.

NOTAS
1. Chiampi, Irlemar, Barroco y Modernidad, México, Fondo de Cultura Económica, 2000.
2. Ibídem.
3. Ibídem.
4. Sarduy, Severo, La simulación en Obra Completa, Madrid, Barcelona, Lisboa, París, México, Buenos Aires, Sao Paulo, Lima, Guatemala, San José, ALLCA XX, 1999.
5. Varderi, Alejandro, Del barroco al kitsch en la narrativa y cine postmodernos, Editorial Pliegos, Madrid, 1996.
6. Ibídem.

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