¿Cuándo comenzó a escribir?
¿Cuándo decidió dedicarse a la poesía?
En realidad, empecé muy joven,
después viendo las dificultades de publicación me dediqué a hacer revistas para
ir publicando mis cosas. A mí nunca me ha interesado publicar sino hacer, como
aquel noble inglés que escribía sus poemas en papel de cigarrillos y después se
los fumaba y exclamaba: lo interesante es crearlos. Uno nunca se dedica a la
poesía. La poesía es algo más misterioso que una dedicación, pues yo le puedo
decir a ud. que cuando mi padre murió yo tenía 8 años, y esa ausencia me hizo
hipersensible a la presencia de una imagen. Ese hecho fue para mí una conmoción
tan grande que desde muy niño ya pude percibir que era muy sensible a lo que
estaba y no estaba, a lo visible y a lo invisible. Yo siempre esperaba algo,
pero si no sucedía nada entonces percibía que mi espera era perfecta y que ese
espacio vacío, esa pausa inexorable tenía yo que llenarla con lo que al paso
del tiempo fue la imagen. Por eso la poesía ha sido en mí siempre vivencial,
alrededor de una pausa, de un murmullo, se iba formando la novela imagen, yo
iba reconstruyendo por la imagen los restos de planetas perdidos, de zumbidos
indescifrables.
Usted es un escritor múltiple, en
el sentido que se expresa a través de la poesía, la narrativa y el ensayo. ¿De
qué modo siente usted la necesidad de esta diversidad expresiva?
Primero hice poesía, después la
poesía me reveló la cantidad hechizada. Mis ensayos intentaban tocar esa
extensión, esa resistencia. Cinco letras del alfabeto, invencionadas por un
poeta, tienen significado distinto, todos mis ensayos giran en torno de ese
retador desconocido. Mis ensayos relatan la hipóstasis de la poesía en lo que
he llamado las eras imaginarias. En la novela percibo el contrapunto del
hombre, sus infinitos entrelazamientos, que son sus infinitas posibilidades.
Esa diversidad se manifiesta en un ritmo penetrante o cifrado si es poesía; en
el cuerpo que forma un ritmo extensivo reconstituible o cifra (ensayos). Y el
sujeto en su contracifra (novela).
¿Cómo definiría la poesía?
En una ocasión dije que la poesía
era un caracol nocturno en un rectángulo de agua, pero desde luego, se le ve la
raíz irónica a esa no definición, es decir, un caracol nocturno no se
diferencia gran cosa de uno diurno y un rectángulo de agua es algo tan ilusorio
como una aporía heléatica, pero antes que todo, no para definir la poesía que
no lo necesita, sino para acercársele, como yo he hecho en varias ocasiones,
hay que hablar de la poesía, del poeta y del poema. La poesía actuando en la
historia ni siquiera necesita nombrar su ejecutor, un poeta. El poema es un
cuerpo resistente frente al tiempo y el poeta es el guardián de la semilla, de
la posibilidad, del potens. Eso lo sacraliza, es el hombre que cuida un germen,
nada menos que la semilla del potens, de la infinita posibilidad. Todos mis
ensayos sobre poesía le dan la vuelta a estos temas y ellos como planetas le
siguen dando vueltas a la poesía.
Siendo esencialmente poeta, ¿qué
lo llevó a la novela?
En un momento dado todo poeta
empieza a sentir el peso de sus visiones y su poema se convierte en una sala de
baile, en un escaparate mágico. Se verifican laberintos, enlaces, y el poema
organizado como una resistencia frente al tiempo se convierte en un arca que
fluye sobre las aguas con todos los secretos de la naturaleza. El arca llega a
una isla desierta, allí se encuentra a un almirante náufrago que dialoga
incesantemente con una gallina que tiene un ojo de vidrio. En fin, la novela.
En realidad, en Esopo, en Homero, en las teogonías de Valmiki, en los cronistas
de las Indias la novela formó parte de la poesía. La simple acción del hombre
se ha vuelto demasiado soterrada, continúa arando en el sueño y ya no se pueden
hacer novelas a base de caracteres, tipos, situaciones, asunto, porque, un
intramundo, una entrevisión, un entreoído ha ocupado los espacios clasificados.
¿Cómo definiría su estilo?
No pensaba que se me hiciera esa
pregunta y tampoco debo desconcertarme ante ella, porque es una pregunta
inevitable que en cualquier momento puede surgir. ¿Tengo yo un estilo? ¿Se me
puede considerar un escritor que tenga un estilo? Lo que me ha interesado
siempre es penetrar en el mundo oscuro que me rodea. No sé si lo he logrado con
o sin estilo, pero lo cierto es que uno de los escritores que me son más caros
decía que el triunfo del estilo es no tenerlo. El estilo se forma como una de
las resistencias del tiempo frente a un escritor. No sé si tengo un estilo; el
mío es muy despedazado, fragmentario: pero en definitiva procuro trocarlo, ante
mis recursos de expresión, en un aguijón procreador.
¿Cómo definiría su obra?
No me atrevería a definirla,
sería tal vez detenerla. Toda definición es un conjuro negativo.
Definir es cenizar.
A través de toda su obra es
posible observar una constante, una suerte de metafísica que le da su
configuración más honda. ¿Está usted de acuerdo con esta afirmación? ¿Por qué?
Tendríamos que ponernos de
acuerdo sobre qué metafísica y cómo penetra en mi obra. Al llegar a mi madurez
se fue haciendo en mí el sistema poético del mundo, una concepción de la vida
fundamental en la imagen y en la metáfora. Me pareció adivinar en cada poema
una vida que se diversificaba, que alcanzaba infinitas proliferaciones,
entrelazamientos, conversaciones y silencios. Los enlaces y las pausas se
corporizaban, , las palabras al trepar sobre las palabras esbozaban figuras, me
parecía que las imágenes enmascaradas querían revelar su secreto al final del
baile. Nadie veía en el momento en que mostraba en el rocío un rostro
incomparable, por un azar concurrente se me regalaba ese deslumbramiento. El
azar se empareja en la metáfora, prosigue en la imagen, el contrapunto que hace
visible esa concurrencia en la novela.
Mi metafísica, si es que eso
existe, no busca la razón ni la dialéctica, sino la imagen y el ritmo de
esclarecimiento. Un corsi e ricorsi entre el apetito y la repugnancia, es mi
metafísica, pero en general, prefiero hablar de la imagen y de su punto de
partida, usando la frase de Tertuliano: es cierto porque es imposible. El
sistema poético no pretende tener ni aplicación ni inmediatez. No aclara, no
oscurece, no se derivan de él obras, no hace novelas, no hace poesía. Es, está,
respira. Lo mismo repasa una superficie muy pulimentada, sigue en una ballena,
pone huevos de tortuga en el espacio vacío. Lo que pretendo es un
hechizamiento, una dilatación de la imagen hasta la línea del horizonte.
¿Cuáles son sus autores y
lecturas predilectas?
Yo leo en la poesía y después
procuro descifrar. A veces, cuando menos me he preparado para esa lectura,
llega y me dice ¿No es cierto que estoy invitada? De pronto, comprendo que es
cierto y comienzo a leer en la poesía. Hasta donde yo me puedo abarcar, no
puedo afirmar que estaba preparado para esa recepción. Descifro el aviso y me
pongo en marcha. Hasta donde he podido caminar en la poesía, he comprendido.
Después ha vuelto de nuevo la oscuridad, la que produce una visita, la que me
deja una imagen. Sin tener tregua y oyendo: sé que me estaba esperando.
Creí que era una burla, pero me
hacía creer que estaba secretamente protegido en la espera. También me hacía
creer que el tiempo era un espacio en la luz. Lo que ha aumentado mi voracidad
dentro de la poesía —desde los himnos de Orfeo hasta los conjuros de Proust
para reactuar contra el tiempo, desde los cronistas de Indias hasta José Martí—
es un laberinto elaborado por la araña en la espera de una visitación. Lo que
más admiro es lo que he llamado la cantidad hechizada, con la que se logra la
sobrenaturaleza, por ejemplo, la visita de Don Quijote a la casa de los duques.
Lo que me gusta y sorprende son las inauditas tangencias del mundo de los
sentidos, lo que he llamado la vivencia oblicua, cuando el timbre telefónico me
causa la misma sensación que la contemplación de un pulpo en una jarra minoana.
O cuando leo el Libro de los Muertos, donde aparece la grandeza egipcia en su
mayor esplendor poético, que los moradores subterráneos saborean pasteles de
azafrán, y leo después en el diario de Martí, en las páginas finales cuando
pide un jarro hervido en dulce con hojas de higo.
En relación directa con la
pregunta, cada día me parece más rechazable la particularización nominal en
simple desfile enumerativo.
¿Lo que más admiro de un
escritor? Que maneje fuerza que lo arrebaten, que parezca que van a destruirlo.
Que se apodere de ese reto y disuelva la resistencia. Que destruya el lenguaje
y que cree el lenguaje. Que durante el día no tenga pasado y que por la noche
sea milenario. Que le guste la granada que nunca ha probado y que le guste la
guayaba que prueba todos los días. Hablemos de su método de trabajo
Yo no tengo método de trabajo.
Escribo cuando tengo apetito para expresarme, para configurar, para penetrar en
el coto desconocido. Pero generalmente trabajo en el crepúsculo, y a veces a la
medianoche cuando el asma no me deja dormir y entonces decido irme a una
segunda noche y comenzar a verme las manos penetrando en el hálito de la
palabra. Pudiéramos decir que el método cubano de trabajo intelectual es la
suma de poquedades. Todos los días se escribe un poco, con apetito, con gusto,
con voracidad verbal, y al cabo de un año nos asombramos que la caja donde
antes cabía el sombrero gigante de la abuela está llena de signos aljamiados,
con gran sorpresa nos acercamos y es nuestra letra. Siempre he visto que los
que ponen en marcha para hacer de un solo rasponazo una obra no van bien con el
estilo cubano, y a los que dicen que esperan a su madurez para escribir sus
memorias, les llega primero la afasia del primer lóbulo frontal y la pérdida
total de la memoria. Claro, haga todos los días una poquedad escrituraria, pero
no mortifique, no esté con esa poquedad fastidiando a sus mejores amigos, no
les lea en la vida, no se desate, no sea terribilia con los pobres seres que
vienen a acompañarlo en la vida de todos los días.
¿Y el asma?
El médico me ha dicho que se debe
a un hongus focus, un hongo que vive en el aire. Yo, en cambio vivo como los
suicidas, me sumerjo en la muerte y al despertar me entrego a los placeres de
la resurrección. Mi asma llega hasta mí en dos ondas: primero, desaparece por
debajo del mar, y luego arriba al gran acuario donde todos los peces saborean
el mundo.
Yo también soy como un pez: a
falta de bronquios respiro con mis branquias. Me consuela pensar en la infinita
cofradía de grandes asmáticos que me ha precedido. Séneca fue el primero.
Proust, que es de los últimos, moría tres veces cada noche para entregarse en
las mañanas al disfrute de la vida. Yo mismo soy el asma, porque a la disnea de
la enfermedad he sumado también la disnea de la inmovilidad. Aquí estoy, en mi
sillón, condenado a la quietud, ya peregrino inmóvil para siempre. Mi único
carruaje es la imaginación pero no a secas: la mía tiene ojos de lince. Son ya
pocos los años que me quedan para sentir el terrible encontronazo del más allá.
Pero a todo sobreviví, y he de sobrevivir también a la muerte. Heidegger
sostiene que el hombre es un ser para la muerte; todo poeta, sin embargo, crea
la resurrección, entona ante la muerte un hurra victorioso. Y si alguno piensa
que exagero, quedará preso de los desastres del demonio y de los círculos
infernales.
Pero, la inmovilidad y los viajes
Es que hay viajes más
espléndidos: los que un hombre puede intentar por los corredores de su casa,
yéndose del dormitorio al baño, desfilando entre parques y librerías. ¿Para qué
tomar en cuenta los medios de transporte? Pienso en los aviones, donde los
viajeros caminan sólo de proa a popa: eso no es viajar. El viaje es apenas un
movimiento de la imaginación. El viaje es reconocer, reconocerse, es la pérdida
de la niñez y la admisión de la madurez. Goethe y Proust, esos hombres de
inmensa inmensidad, no viajaron casi nunca. La imago era su navío. Yo también:
casi nunca he salido de La Habana. Admito dos razones: a cada salida empeoraban
mis bronquios; y además, en el centro de todo viaje ha flotado siempre el
recuerdo de la muerte de mi padre. Gide ha dicho que toda travesía es un
pregusto de la muerte, una anticipación del fin.
Yo no viajo: por eso resucito.
¿Cómo ha concebido usted la
amistad?
Toda amistad, se me presentó como
una forma de la devoración. Al salir hacia el mundo yo comenzaba a verme, a
verificarme en los demás.
¿Cuál es su concepción del
tiempo?
Nosotros, en distintas ocasiones,
hemos visto el poema como un cuerpo resistente, una resistencia formada por el
avance de la metáfora —la cual avanza con el análogo que pudiéramos llamar
aristotélico, el análogo de los griegos— y al mismo tiempo es un cubrefuego, el
de la imagen que retrocede y envuelve ese cuerpo resistente que es el del
tiempo y es el de la poesía. Es decir, que nos interesa el tiempo en tanto esté
respaldado por la poiesis como decían los griegos, por la creación. Todo tiempo
viviente está respaldado por la palabra creación, es decir por la poesía.
El mortal conoce momentos de
aridez cuando no lo anima el verbo, cuando no ,o anima la poesía, y los
momentos de esplendor cuando está animado por la poesía, por la expresión, por
el avance del análogo metafórico y en general por la resistencia que forma como
una piel de la imagen. En ese sentido el tiempo es para mí una resistencia de
la poiesis, una resistencia de la creación.
¿Qué es para usted la eternidad?
Al hacerme esa pregunta puedo
afirmar que la mañana se me ha vuelto muy difícil porque realmente hablar sobre
la eternidad significa hacer referencia al mundo de los griegos, al mundo del
catolicismo y en general al no-tiempo, a la negación del tiempo contemporáneo o
al tiempo profundo de los existencialistas; pero nosotros creemos que una de
las maldiciones del hombre contemporáneo, y en general del hombre que habita un
mundo de teología, es el tiempo, que es el disfraz del diablo, que es, en
definitiva, lo que nos destruye. Frente a eso hay el concepto de la eternidad
que es el concepto del no-tiempo. Últimamente me he ido interesado cada día
más, por el libro de Nicolás de Cusa, de la docta ignorancia, donde se plantean
estos problemas en una forma muy aguda y que es una de las obras que me parece
que nos enriquecen más desde el punto de vista de la relación de la poesía con
la circunstancia. En realidad, no hemos hablado de autores y los que en los
últimos tiempos más me han informado han sido este Nicolás de Cusa, Giovanni
Battista Vico y Pascal. Pascal en el sentido —y esto está en la sicología de
alguno de los personajes de Paradiso— de que como la verdadera naturaleza se ha
perdido, todo puede ser naturaleza, y nosotros hemos colocado la poesía en el
sitio de ella.
¿Qué misión le confiere usted a
la literatura?
Nunca un sentido directo e
inmediato de catequesis, pues nadie ve por qué se le indique en la dirección
del índice, sino cuando se nos caen las escamas de los párpados y el ojo refractante
del pez deja paso al ojo penetrado por el rayo del hombre. Cuando me entero de
la condicional de un rastreador, pido idéntico pulso para el escriba. Conoce el
peso de la hoja y sus destrezas al caer, relacionados con la cercanía del
arroyo, el mugido aconsonantado con el corpúsculo del desierto, la recurva
secreta del tigre para huir del nido de serpientes. Así, descubrir en una
sentencia la intención de nuestros pasos, no olvidar tampoco cuando digo “la
espiral del tiburón, primer requiem” que en francés se le dice al tiburón
requin. Por los ojos es lentísimo, muy despacioso, adormilado, se oye un
requiem mozartiano, de pronto un coletazo, una desdeñosa sabiduría mandibular.
¿Misión de la literatura? Quitarle horas al sueño y profundizar el sueño.
Llegar como Marco Polo a Kubla Kan. Como Coleridge, ensoñar a Kubla Kan. Buscar
el camino del caballo como en la cultura china y encontrar el de la seda.
Quedarse absorto, preguntar por qué algunos campesinos se persignan delante de
un árbol sagrado como la ceiba.
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