sábado, 1 de febrero de 2014

LA ERA NEOBARROCA: OTRA VUELTA DE TUERCA SEXUAL - Ángel Román

En la era de la imagen, la pantalla (cine, móvil, televisión, ordenador, tableta, etc.) hace posible una realidad reconstruida. Pero, mientras en el teatro el escenario es un hecho consciente, en el mundo de la imagen empieza a ser algo problemático porque, ya no desaparece el yo con el otro (lo representado), sino que ambos se confunden. Escenario y representación se experimentan interactivos con la mirada del sujeto, posibilitando una cultura inmersiva e interactiva, inédita en el pensamiento humano.

En el momento digital en el que vivimos, el escenario es una pantalla que “ya no resulta un espacio cerrado de exposición de datos; la pantalla debe concebirse como un campo abierto de acontecimientos, como un no lugar desterritorializado capaz de convertir al usuario en el auténtico actor de la aplicación” (*1). Si a esto le sumamos la capacidad que también tiene la globalización de potenciar escenarios que uniforman las culturas del mundo, el resultado es la formación de sujetos en busca de una identidad. Nunca el individuo había tenido la sensación de pertenecer a todo y, sin embargo, sentirse tan vacío.

En la imagen se libran ahora todas las batallas porque el lenguaje cinematográfico ha contaminado a los medios de comunicación, a la fotografía, al videoarte... En definitiva, a todo lo que denote pantalla como parte de una estrategia que busca conquistar la singularidad del individuo moderno.

La pantalla, entendida como ese lugar negociado entre lo que se exhibe y lo que se muestra, entre la creación y el espectador, entre la emoción y lo representado, especula sobre su superficie una realidad narcisista que abandona la ficción teatral para adentrarse en el vértigo de la ilusión hiperrealista. La imagen aspira, en el nuevo milenio, a ser entendida como una experiencia activa y no como un acto contemplativo pasivo.

Si la relación que mantenemos con el mundo es cada vez más estética, es la imagen la que representa su mejor estrategia para adentrarse en los conflictos de una sociedad que aborda el conocimiento desde la mirada. Y desde esa multiplicidad de ventanas que proporciona Internet, solitaria y/o en red, organiza un flujo de contenidos consumidos desde la seguridad de la invisibilidad o del avatar, en la que degustamos infinidad de gastronomía sexual.

El pixel, ahora más que nunca, se aproxima a esa era Neobarroca proclamada por el semiótico italiano Omar Calabrese a principios de los años noventa, donde la conjunción del arte con los medios de comunicación ha ocasionado una estetización de la sociedad y cuya situación, dice, es “producto de un gusto imperante por la fragmentación, el desorden, el caos…”.

La red social TUMBLR es una constante pantalla de imágenes calientes con una finalidad erótico-artística, pero lo que facilita realmente es una sexualización del pixel. Llegados a este punto, donde la comunicación 2.0 se prepara para el diálogo, falta por asumir una última batalla: la identidad sexual en los contextos digitales.

Hace unos meses, Isabella Rossellini presentó SEDUCE ME, una serie de cortometrajes en los que explicaba los mecanismos de seducción entre especies animales. Un ejercicio atrevido para la ex-musa de David Lynch. El resultado no fue acertado. Su distribución mínima.

Los controles de censura se agravan en la red, lo último fue a parar al director de cine Juanma Carrillo, que vio como VIMEO suprimió todos sus vídeos de un día para otro y sin avisar, debido a su carga erótica. Su revancha digital ahora se libra en su propia página web: www.juanmacarrillo.com. Anteriormente ya fue censurado en YOUTUBE.

Lo de ser políticamente correcto seguramente va a tener sus consecuencias tarde o temprano. En un mundo donde el exceso es la medida de todas las perdiciones, la libertad de expresión transpira en Internet. ¿Cuánta libertad eres capaz de soportar tú?

Incluso DOZE Magazine tuvo que modificar su foto en los diversos perfiles sociales (FACEBOOK) a consecuencia de las impactantes fotografías del artista Asger Carlsen. La censura tiene como respuesta inmediata la eliminación del propio contenido, la invisibilidad de aquello que parece no ser bien visto. Sinceramente, a mi, me gusta lo que no se esconde, lo visible, porque de esta manera se hace presente.

Existe en las sociedades tecnológicas un desahogo en lo excesivo, en la especulación y en la saturación, que conmueve por su carencia en todos los sentidos. En las diversas pantallas donde se recrea lo real existe un mundo digital donde se requiere de usuarios ávidos de experiencias para ver/observar/sentir lo último, el hipster del momento en todas sus versiones y variantes: ultra, mega, hiper, etc. Siempre hay un plus, algo de más, nada parece sencillo, normal, estandarizado. Vivimos avocados al suicidio de la diferencia que, aunque no quieras, estás obligado a buscar lo que te hace singular.

Miramos al nuevo milenio con la incertidumbre de lo no simple. Hoy la curva, lo recargado, el barroquismo y la confusión son los nuevos paradigmas simbólicos. Es difícil encontrar belleza en lo sencillo. Excepto en la propia tecnología, que es cada vez más reducida y portable. De esta manera se aprecia una doble paradoja: mientras los contenidos son cada vez más retorcidos, los contenedores son más funcionales y mínimos.

Llenar todo el espacio hasta que supure sus propios límites (como la banda ancha) y llegar a todos en el menor tiempo posible, así es Internet hoy y los espacios virtuales que lo habitan. Ande el pixel caliente y el ratón quemado.


(*1) ALBERICH, Jordi & ROIG, Antoni. Comunicación audiovisual digital. Nuevos medios, nuevos usos, nuevas formas (Coor). Eureca Media, S.L. Barcelona. 2005. Pág, 15.

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