En la era de la imagen, la
pantalla (cine, móvil, televisión, ordenador, tableta, etc.) hace posible una
realidad reconstruida. Pero, mientras en el teatro el escenario es un hecho
consciente, en el mundo de la imagen empieza a ser algo problemático porque, ya
no desaparece el yo con el otro (lo representado), sino que ambos se confunden.
Escenario y representación se experimentan interactivos con la mirada del
sujeto, posibilitando una cultura inmersiva e interactiva, inédita en el
pensamiento humano.
En el momento digital en el que
vivimos, el escenario es una pantalla que “ya no resulta un espacio cerrado de
exposición de datos; la pantalla debe concebirse como un campo abierto de
acontecimientos, como un no lugar desterritorializado capaz de convertir al
usuario en el auténtico actor de la aplicación” (*1). Si a esto le sumamos la
capacidad que también tiene la globalización de potenciar escenarios que
uniforman las culturas del mundo, el resultado es la formación de sujetos en
busca de una identidad. Nunca el individuo había tenido la sensación de
pertenecer a todo y, sin embargo, sentirse tan vacío.
En la imagen se libran ahora
todas las batallas porque el lenguaje cinematográfico ha contaminado a los
medios de comunicación, a la fotografía, al videoarte... En definitiva, a todo
lo que denote pantalla como parte de una estrategia que busca conquistar la
singularidad del individuo moderno.
La pantalla, entendida como ese
lugar negociado entre lo que se exhibe y lo que se muestra, entre la creación y
el espectador, entre la emoción y lo representado, especula sobre su superficie
una realidad narcisista que abandona la ficción teatral para adentrarse en el
vértigo de la ilusión hiperrealista. La imagen aspira, en el nuevo milenio, a
ser entendida como una experiencia activa y no como un acto contemplativo
pasivo.
Si la relación que mantenemos con
el mundo es cada vez más estética, es la imagen la que representa su mejor
estrategia para adentrarse en los conflictos de una sociedad que aborda el
conocimiento desde la mirada. Y desde esa multiplicidad de ventanas que
proporciona Internet, solitaria y/o en red, organiza un flujo de contenidos
consumidos desde la seguridad de la invisibilidad o del avatar, en la que
degustamos infinidad de gastronomía sexual.
El pixel, ahora más que nunca, se
aproxima a esa era Neobarroca proclamada por el semiótico italiano Omar
Calabrese a principios de los años noventa, donde la conjunción del arte con
los medios de comunicación ha ocasionado una estetización de la sociedad y cuya
situación, dice, es “producto de un gusto imperante por la fragmentación, el
desorden, el caos…”.
La red social TUMBLR es una
constante pantalla de imágenes calientes con una finalidad erótico-artística,
pero lo que facilita realmente es una sexualización del pixel. Llegados a este
punto, donde la comunicación 2.0 se prepara para el diálogo, falta por asumir
una última batalla: la identidad sexual en los contextos digitales.
Hace unos meses, Isabella
Rossellini presentó SEDUCE ME, una serie de cortometrajes en los que explicaba
los mecanismos de seducción entre especies animales. Un ejercicio atrevido para
la ex-musa de David Lynch. El resultado no fue acertado. Su distribución
mínima.
Los controles de censura se
agravan en la red, lo último fue a parar al director de cine Juanma Carrillo,
que vio como VIMEO suprimió todos sus vídeos de un día para otro y sin avisar,
debido a su carga erótica. Su revancha digital ahora se libra en su propia
página web: www.juanmacarrillo.com. Anteriormente ya fue censurado en YOUTUBE.
Lo de ser políticamente correcto
seguramente va a tener sus consecuencias tarde o temprano. En un mundo donde el
exceso es la medida de todas las perdiciones, la libertad de expresión
transpira en Internet. ¿Cuánta libertad eres capaz de soportar tú?
Incluso DOZE Magazine tuvo que
modificar su foto en los diversos perfiles sociales (FACEBOOK) a consecuencia
de las impactantes fotografías del artista Asger Carlsen. La censura tiene como
respuesta inmediata la eliminación del propio contenido, la invisibilidad de
aquello que parece no ser bien visto. Sinceramente, a mi, me gusta lo que no se
esconde, lo visible, porque de esta manera se hace presente.
Existe en las sociedades
tecnológicas un desahogo en lo excesivo, en la especulación y en la saturación,
que conmueve por su carencia en todos los sentidos. En las diversas pantallas
donde se recrea lo real existe un mundo digital donde se requiere de usuarios
ávidos de experiencias para ver/observar/sentir lo último, el hipster del
momento en todas sus versiones y variantes: ultra, mega, hiper, etc. Siempre
hay un plus, algo de más, nada parece sencillo, normal, estandarizado. Vivimos
avocados al suicidio de la diferencia que, aunque no quieras, estás obligado a
buscar lo que te hace singular.
Miramos al nuevo milenio con la
incertidumbre de lo no simple. Hoy la curva, lo recargado, el barroquismo y la
confusión son los nuevos paradigmas simbólicos. Es difícil encontrar belleza en
lo sencillo. Excepto en la propia tecnología, que es cada vez más reducida y
portable. De esta manera se aprecia una doble paradoja: mientras los contenidos
son cada vez más retorcidos, los contenedores son más funcionales y mínimos.
Llenar todo el espacio hasta que
supure sus propios límites (como la banda ancha) y llegar a todos en el menor
tiempo posible, así es Internet hoy y los espacios virtuales que lo habitan.
Ande el pixel caliente y el ratón quemado.
(*1) ALBERICH, Jordi & ROIG,
Antoni. Comunicación audiovisual digital. Nuevos medios, nuevos usos, nuevas
formas (Coor). Eureca Media, S.L. Barcelona. 2005. Pág, 15.
No hay comentarios:
Publicar un comentario