INTRODUCCIÓN: BARROCO Y
POSMODERNIDAD
Vivimos lo que se ha denominado
la última fase de la modernidad, en donde se han intensificado sus
características e incongruencias al tal punto de poner en riesgo su propia
existencia. El rótulo más utilizado para nuestra modernidad, la llamada
condición posmoderna, tiene como derroteros conceptos como contradicción,
complejidad, hibridez y globalización, los cuales son estudiados
exhaustivamente por todas las disciplinas humanas y ciencias sociales. Sin
embargo, desde los años setenta, nuestra modernidad viene tomando un nuevo
nombre para explicar sus circunstancias. Últimos escritos sobre la situación
contemporánea, en términos sociales y estéticos, están revalorando un concepto
tan complejo y olvidado como el Barroco. Así, el término Neobarroco aparece
para explicar, manejando la analogía y la visión diacrónica, lo que ya se había
planteado como posmodernidad.
El término Neobarroco ha sido
utilizado por diferentes personajes del ámbito literario contemporáneo: el
poeta cubano Severo Sarduy fue el primero, con su artículo “El barroco y el
neobarroco” aparecido en 1972. Luego fue incorporado en los trabajos críticos
de muchos filósofos europeos, entre ellos, sobre todo, el italiano Omar
Calabrese, profesor de la Universidad de Bolonia y autor del libro La era
neobarroca de 1987. El escritor argentino Néstor Perlongher continuó la
investigación sobre la presencia del neobarroco en la poesía latinoamericana,
en 1991. Otros estudiosos europeos del tema son Gilles Deleuze (Le pli),
Christine Buci-Glucksmann (La raison baroque. De Baudelaire a Benjamin e De
l’esthétique baroque); Benito Pelegrin, profesor en la universidad de
Aix-en-Provence y traductor y especialista en Baltasar Gracián (Étique et
esthétique du Baroque); Guy Scarpetta, profesor de la Universidad de Reims
(Eloge du cosmopolitisme); Paul Virilio, profesor de la Universidad de París
(Esthétique de la disparition; traducción de Noni Benegas, Estética de la
desaparición); Francisco Jarauta, profesor de la Universidad de Murcia
(Fragmento y totalidad: los límites del clasicismo); y Andrés Sánchez Robayna,
poeta, profesor de la Universidad de La Laguna, Tenerife, y director de la
revista Syntaxis (Tres estudios sobre Góngora).
A su vez, y durante todo el siglo
XX, lo barroco ha estado en discusión en la esfera literaria latinoamericana.
Escritores como Rubén Darío, los cubanos José Lezama Lima y Alejo Carpentier,
Augusto Roa Bastos, el mencionado Severo Sarduy u Octavio Paz han insistido en
la idea de lo barroco como realidad cultural latinoamericana, como nuestra
modernidad disonante. Y es que todo debate sobre la modernidad y su crisis en
América Latina que no incluya el barroco resulta parcial e incompleto. Nuestra
América, que es en sí misma una encrucijada de culturas, mitos, lenguas,
tradiciones y estéticas, fue un espacio privilegiado para la apropiación
colonial de lo barroco, y continua siéndolo para los reciclajes modernos y
posmodernos de aquel “arte de la contraconquista”, en el cual Lezama Lima bien
ubicó la fundación del auténtico devenir americano (Chiampi 2000).
La modernidad latinoamericana se
comprende como un reciclaje ideológico de lo barroco como un factor de
identidad cultural, dentro de la práctica de la fragmentación, de la
celebración de lo nuevo, del afán de ruptura y de la experimentación.
La relación barroco-modernidad
aquí tratada procura ubicarse más allá del debate académico generado por la
oposición entre un concepto del barroco como estructura histórica y un concepto
del barroco eterno, atemporal. O sea, por un lado, el barroco como un estilo,
una práctica discursiva del siglo XVII, fuertemente ligada a la contrarreforma,
a las monarquías y a la clase aristocrática – por lo tanto, un concepto
reaccionario y antimoderno – y, por otro lado, el barroco como una forma que
resurge, no importa cuándo ni dónde, para negar el espíritu clásico (Chiampi
2000).
Pensar la cuestión del barroco
después de esa dicotomía que nutrió tantas cátedras supone reconocer que el
imaginario latinoamericano siempre tuvo dificultad para manejar la idea de
historia lineal, en un esquema que rechaza las ideas sustancialistas, las
esencias que transmigran, las entelequias que apenas se encarnan en las cosas
concretas. En esa posición cultural se entiende por qué estamos más propensos a
reinventar “lo barroco” en diálogo con el lenguaje contemporáneo. En lugar de
pretérito perfecto o de negación de la temporalidad, lo barroco se dinamiza
para nosotros en la temporalidad paralela de la metahistoria: es nuestro
devenir permanente, el muerto que continúa hablando, un pasado que dialoga con
el presente a través de sus fragmentos y ruinas, acaso para prevenirlo de
volverse teleológico y conclusivo (Chiampi 2000).
Con esto, el neobarroco aparece
como una herramienta interesante para atacar el problema de la cultura latinoamericana:
por primera vez en la cultura occidental se da una herramienta teórica que
avala, valida, justifica e incluye la cultura americana, sí y solo sí se
entiende ésta como una expresión “anticlásica”, plural, contradictoria e
híbrida, bajo el rótulo de la actitud (neo) barroca.
El presente artículo intenta
encontrar algunos conceptos sobre lo barroco y neobarroco en la literatura
contemporánea que funcionen como criterios de investigación para un mejor
análisis y estudio de la situación urbana y arquitectónica limeña. Esta
alternativa interdisciplinaria pretende validar las distintas situaciones
urbanas y edilicias acontecidas en nuestra capital, muchas de ellas
despreciadas por los limitados cánones occidentales aprendidos en las
facultades de arquitectura y en escasas revistas en circulación, en donde la
racionalidad y modernidad siguen minimizando las expresiones ajenas a ellas.
Como se pretende mostrar, hoy en día la teoría cultural de occidente se
presenta abierta y tolerante con nuestra expresión cultural, ya que compartimos
los mismos argumentos formulados en el concepto de neobarroco.
BARROCO Y NEOBARROCO
Como se sabe, el nacimiento del
estudio sobre lo barroco, en la Europa del siglo XVII, se estudió desde una
doble perspectiva ante mencionada: como estructura histórica y como concepto
eterno, atemporal. El primer caso podemos encontrarlo en los estudios de Arnold
Hauser. En su Historia social de la literatura y el arte, dedica un capítulo a
este estilo, definiéndolo como una diversidad de manifestaciones artísticas, no
compactas ni exclusivas, diferentes según el lugar donde aparezca. A su vez,
identifica dos “corrientes” (prefiero llamarlas “actitudes”) recurrentes en la
Europa del siglo XVII: el barroco de carácter sensualista, monumental y
decorativo, y el barroco “clasicista”, más estricto y riguroso.
Si bien es una descripción del
Barroco del setecientos desde un enfoque social, en donde se relaciona
íntimamente las producciones artísticas con los diferentes contextos sociales
de ese continente, en un período histórico determinado, Hauser define
características, derivadas de varios teóricos del arte, que bien pueden
expresar nuestra situación urbana contemporánea, no solo global, sino también
local: subjetivización de la visión artística del mundo, transformación de la
“imagen táctil” en “imagen visual”, del ser en parecer, la concepción del mundo
como impresión y experiencia, la comprensión del aspecto subjetivo como lo
primario, y la acentuación del carácter transitorio que lleva en sí toda
impresión óptica, la transformación del ser personalmente rígido y objetivo en
un devenir (concepto fundamental en la obra de Lezama Lima), la sustitución de
lo absoluto por lo relativo, lo más estricto por lo más libre, la composición
más o menos incompleta e inconexa, la conmoción de todo lo firme y estable, las
visiones aparentemente casuales, improvisadas y efímeras, (el arte,
arquitectura y ciudad) como un espectáculo transitorio (intención
cinematográfica), violentas superposiciones, abandono de líneas de orientación,
el impulso hacia lo suelto, ilimitado y caprichoso, la fealdad (entendida como
falta de composición y proporción en clave clasicista), sensualismo subjetivo y
disolución de formas, la falta de unidad estilística (hay tantos estilos como
grupos sociales que los crean), entre otros (Hauser 19??).
Todos ellos son rasgos que,
haciendo una transposición diacrónica, podemos encontrar en las principales
ciudades occidentales y, como pretende este artículo, en nuestras ciudades
latinoamericanas en la actualidad, no solo en lo que respecta al arte y la
estética, sino en las posturas, condiciones e imaginarios que las clases
sociales exploran para expresarse hoy en día.
El segundo enfoque lo encontramos
en la conocida obra de Wölfflin, Conceptos fundamentales de la historia del
arte, que presenta una revisión histórica del arte partiendo (y definiendo) dos
grandes posturas del quehacer estético, caracterizadas en dos momentos
históricos específicos: el Renacimiento y el Barroco. Dos aspectos que valen la
pena subrayar, por la trascendencia sobre el tema que nos compete, son:
1.- La validación del Barroco
como un momento estético importante y trascendente, con valores positivos
propios y colocados al mismo nivel que el pensamiento clásico europeo. Wölfflin
eleva al barroco como una tradición artística paralela (y no deformada) del
clasicismo y desmitifica el concepto despectivo del arte del siglo XVII.
2.- La condición de lo Barroco
como categoría meta-histórica, entendiendo más que el “estilo” como tal, un
“actitud” barroca presente en toda la historia del arte, en estrecha relación
con las manifestaciones artísticas que, de alguna manera, se alejan de la
tradición racionalista grecorromana.
Con estas ideas definidas, renace
lo barroco como expresión artística y actitud atemporal, listo para ser
utilizado como un marco teórico y referencial en aquellas circunstancias en
donde la producción cultural se aleja de los cánones idealistas del clasicismo
europeo. En este caso, Latinoamérica es el escenario ideal para la aplicación
de dicho concepto. En Latinoamérica, la postura de Alejo Carpentier, con su
apreciación constante de lo real maravilloso en nuestras culturas, se acerca a
esta idea de atemporalidad de lo barroco.
En lo que respecta a la reapropiación
de término barroco Omar Calabrese, en su libro “La era neobarroca”, expone una
teoría que, por medio de algunos conceptos principales, trae la idea del
barroco a la actualidad, para comprender la situación contemporánea. El poder y
seducción de las imágenes, la idea de lo efímero, la crisis de los metarrelatos
racionalistas (según lyotard), la ampliación del repertorio compositivo en la
arquitectura y las artes, lo recargado, el desorden, el exceso, etc., son
conceptos que definen tanto nuestra realidad global como la vivida en Europa
del siglo XVII.
Así, la idea del barroco, no
entendida como un período histórico, sino como una actividad cultural presente
en varios momentos culturales, más allá de un tiempo y espacio específico, es
tomada por Calabrese para describir la situación cultural global y
contemporánea.
El autor plantea una serie de
conceptos que definen nuestra condición actual (límite, exceso, detalle,
fragmento, desorden, caos, entre otros), utilizando ejemplos dispares
(literatura, música, televisión, comics, etc.) y relacionándolos con el estilo
barroco del siglo XVII. Así, más allá de generar una nueva ética de la estética
para el siglo XXI, presenta un panorama dispar, lleno de riqueza y variedad, en
donde los metarrelatos modernos dan paso a la ficción de los instantes, a la
hibridez de los objetos y situaciones, y muestra un escenario teórico - nunca
visto en occidente - ideal para revalorar nuestra situación americana, y no
solo a partir de nuestra mirada. Pensar la ciudad de Lima bajo los criterios
neobarrocos de Calabrese nos genera un abanico de posibilidades inclusivas
hacia casi todas las manifestaciones urbanas y arquitectónicas acontecidas en
nuestra capital, y en general, en todas las ciudades latinoamericanas. Estudiar
la arquitectura emergente de los asentamientos humanos y los llamados pueblos
jóvenes bajo los parámetros del fragmento o la inestabilidad, pensar el
crecimiento urbano según los conceptos de límite y exceso, entender los
procesos sociales desde las teorías del caos y el desorden, son algunas de las
posibilidades metodológicas que el neobarroco nos propone.
NEOBARROCO LATINOAMERICANO
Dos libros que definen de manera
eficiente el concepto de barroco como la verdadera expresión cultural
latinoamericana son los de la catedrática de literatura hispanoamericana
Irlemar Chiampi, con su libro “Barroco y Modernidad” y el del poeta cubano José
Lezama Lima “La expresión americana”. En ambos casos, lo barroco es entendido
como expresión netamente ibérica y americana, desligado del barroco
europeo, caracterizado por la adición
más que por la fusión e hibridación propia de nuestro continente.
El primer texto explora la crisis
de la modernidad en América Latina bajo el concepto del barroco. Es una mirada,
desde la literatura del siglo XX en Latinoamérica, en donde se muestra nuestro
territorio como un espacio privilegiado para la apropiación del barroco. Desde
la época colonial hasta los reciclajes posmodernos, el concepto de “arte de la
contraconquista” utilizado por Lezama Lima explica que lo barroco es
específicamente nuestra expresión, y no la Europea. La literata brasilera se
apoya en las teorías de Severo Sarduy, Alejo Carpentier y Lezama Lima para
explicar las distintas expresiones de la literatura de vanguardia de principios
del siglo pasado, así como las aparecidas en los años setenta y ochenta, en el
llamado boom latinoamericano. La ya mencionada encrucijada de culturas, mitos,
lenguas, tradiciones y estéticas en América hacen de lo barroco un factor de
identidad cultural, en donde la fragmentación y experimentación mencionadas al
comienzo del artículo tienen su correlato en los mismos conceptos estudiados
por el neobarroco occidental de Calabrese.
Se genera entonces una propia
expresión que explica no solo fenómenos literarios, sino que se amplía hasta
fenómenos como lo arquitectónico o lo urbano. Así, se puede tener una lectura
muy comprehensiva, interesante y enriquecedora sobre dichas esferas de la
cultura, ya que el panorama urbano occidental, latinoamericano y, sobretodo,
local, aparece con todos los síntomas y signos de esta actitud (neo) barroca.
El caso de Lezama es muy
interesante. En su libro La expresión americana propone la idea de una historia
cultural, en donde las imágenes subjetivas del americano son entendidas como
entidades susceptibles de análisis y descripción, eras imaginarias las llama,
con el fin de develar la tradición y cultura eminentemente americana. Estas
imágenes forman una suerte de entidades abstractas de conocimiento, que
devienen meta-históricas y se encuentran hábiles para un análisis diacrónico
del devenir cultural americano. Bajo ese concepto, la “actitud barroca” cobra
vigencia para transportarse por las diferentes épocas y fundamentar nuestra
lógica y nuestra expresividad. Para Lezama el barroco es nuestro devenir,
siempre en constante movimiento creándonos y recreando nuestra cultura. Esta
idea se acerca a dos disciplinas muy contemporáneas en el estudio del hombre.
La idea de los imaginarios, presente en la historia de las mentalidades o
historia cultural, valida la subjetividad inherente de toda cultura, de la
misma manera que Lezama valora los imaginarios tanto o más que la pretendida
objetividad de la historia lineal moderna. Esto también sintoniza con los
trabajos de Sergei Gruzinski, que anuda tanto la idea del barroco y neobarroco
como hito fundamental de nuestra cultura americana, como con la importancia de
las imágenes en el estudio y comprensión d elos fenómenos sociales y
culturales.
El segundo capítulo del libro de
Lezama expone el concepto de barroco como la primera manera original de la
expresión americana, antes incluso del
momento nacionalista de las independencias de años posteriores, y los revivals
nostálgicos aparecidos en el siglo XX.
En formato de fábula, y por medio
de un personaje inventado – el señor barroco – Lezama expone con claridad la
verdadera identidad expresiva americana: un movimiento que no acumula ni
yuxtapone, como el barroco europeo, sino que trabaja con los conceptos de
tensión y plutonismo, los cuales definen la verdadera identidad de nuestra
expresión americana.
Sobre estos conceptos, el mismo
escribe:
“Nuestra apreciación del barroco
americano estará destinada a precisar: primero, hay una tensión en el barroco;
segundo, un plutonismo, fuego originario que rompe los fragmentos y los
unifica; tercero, no es un estilo degenerescente, sino plenario, que en España
y en la América española representa adquisiciones de lenguaje, tal vez únicas
en el mundo …”
Para señalar la idea de tensión
específicamente, utiliza algunos ejemplos muy convenientes para este artículo:
“Si contemplamos el interior de
una iglesia de Juli, o una de las portadas de la catedral de Puno, ambas en el
Perú, nos damos cuenta que hay allí una
tensión. Entre el frondoso chorro de las trifolias, de emblemas con lejanas
reminisencias incaicas, de trenzados rosetones, de hornacinas que semejan
grutas marinas, percibimos que el esfuerzo por alcanzar una forma unitiva,
sufre una tensión, un impulso si no vertical como el gótico, sí un impulso
volcado hacia la forma en busca de la finalidad de su símbolo. En la basílica
del Rosario, en Puebla, donde puede sentirse muy a gusto ese señor barroco,
todo el interior, tanto paredes como columnas es una chorretada de
ornamentación sin tregua ni paréntesis espacial libre. Percibimos ahí también
la existencia de una tensión….”
Refiriéndose al concepto de
plutonismo, explica:
“Vemos que en añadidura de esa
tensión hay un plutonismo que quema los fragmentos y los empuja, ya
metamorfoseados hacia un final. En los precioso trabajos del indio Kondori, en
cuyo fuego originario tanto podrían encontrar el banal orgullo de los arquitectos
contemporáneos, se observa la introducción de una temeridad, de un asombro: la
indiátide (cariátide en forma de india)…. en un mundo teológico cerrado, con
mucho aún de furor a lo divino tan medieval, aquella figura, aquella temeridad
de la piedra obligada a escoger símbolos, ha hecho arder todos los elementos
para que la princesa india pueda desfilar en el cortejo de las alabanzas y las
reverencias”
Con esto, Lezama valida como
verdadera expresión americana la fusión de elementos extranjeros con los autóctonos
para lograr, siempre, una unidad. Siguiendo con los ejemplos arquitectónicos,
propone que los materiales constructivos y la tectónica son una riqueza más que
diferencia el barroco europeo y el nuestro:
“…Para ello la primera
integración de la obra de arte, la materia, la natura signata de los
escolásticos, regala la primera gran riqueza que marcaba la primera gran
diversidad. La platabanda mexicana, la madera boliviana, la piedra cuzqueña,
los cedrales, las láminas metálicas, alzaban la riqueza de la naturaleza por
encima de la riqueza monetaria. De tal manera, que aún dentro de la pobreza
hispánica, era la riqueza del material americano, de su propia naturaleza, la
que al formar parte de la gran construcción, podría reclamar un estilo, un
espléndido estilo surgiendo paradojalmente de una heroica pobreza”
Un último concepto encontrado en
la obra del poeta cubano es la singularidad que genera la inclusión del paisaje
en las obras poéticas y literarias americanas, el cuál denomina como espacio
gnóstico. Haciendo una revisión a los principales textos barrocos europeos
(Góngora, entre otros), encuentra siempre una descontextualización geográfica
en dichos textos, que no recurren al paisaje ni lugar para enriquecer su arte.
Sentencia la idea del barroco americano
con una definición muy sugestiva, que revela el carácter auténtico y original
de nuestra expresión: el arte de la contra-conquista, dándole vuelta a la
conocida frase que definía al barroco
como arte de la contrarreforma.
Con el ejemplo de Lezama Lima,
podemos empezar toda una descripción de los fenómenos arquitectónicos y urbanos
contemporáneos en nuestras ciudades, y encontraremos que los materiales y el
lugar aún forman parte del imaginario arquitectónico, así como encontraremos
tensión y plutonismo en la arquitectura popular o “chicha”, en donde lo foráneo
y occidental es unido con imágenes tradicionales locales, generando una
verdadera tensión en todos los elementos que conforman la arquitectura.
Para terminar, y siguiendo las
ideas de Edward Said sobre la teoría de las culturas, sostengo la importancia
de lo local y la memoria en la definición de identidad cultural. No podemos
hablar de identidad cultural sin entender no sólo el pasado, sino la realidad
del presente en toda su amplitud y complejidad. De esta manera, se justifica la
necesidad de una construcción de cultura sin ningún tipo de restricciones: las
influencias occidentales y la globalización están, pues, incluidas en nuestro
proceso cultural, y la hibridación que incluye presente y pasado, lo propio y
lo ajeno, se muestra como la propuesta real de nuestra cultura. Desde la
literatura, tanto occidental como latinoamericana, existen varios derroteros
con los cuales se puede tener una mirada más seria y comprometida hacia nuestra
arquitectura y ciudad.