Cuando efectuamos una
aproximación reflexiva en torno al arte de las últimas tendencias, se nos
plantean una serie de cuestiones previas que es preciso clarificar para
contextualizar nuestro trabajo:
¿Cómo podríamos definir el
período cultural actual? ¿Existe algún carácter o criterio específico que nos
permita establecer una caracterización estética del presente? ¿Cuáles son los
rasgos que definen a un gran número de las más recientes creaciones artísticas?
Nuestra época
En principio, podemos afirmar,
que la nuestra, en lo estético, es la época de la multidisciplinaridad, del
apropiacionismo descontextualizado, de la pluralidad discursiva. En definitiva,
de la proliferación ecléctica de tendencias formales, conceptuales y estéticas.
Sin embargo, a diferencia de otros periodos similares, como el fin de siècle
vienés o europeo, por ejemplo, en nuestra época prima la aparición de fenómenos
emergentes que buscan provocar la excitación emocional del público, frente a la
llamada conducta habitual.
“Neobarroco: Reflejo necesariamente pulverizado de un saber que sabe
que ya no está apaciblemente cerrado sobre sí mismo. Arte del destronamiento y
la discusión”
Severo Sarduy
El ritmo frenético de la vida
social actual, de los mass media y de las propuestas estéticas, en
consecuencia, hacen que el gusto y los mecanismos de producción cambien
rápidamente. Desde la década de los sesenta del pasado siglo nos hallamos ante
un desbordamiento general de los cauces de la cultura, en el que se trata de
romper con cualquier determinación estética o lingüística a favor de la
experiencia emocional del espectador, del éxtasis sensorial como vehículo de
reflexión. Parece que el arte tenga que ser cada vez más osado para
reinterpretar este cambiante y multiforme contexto.
Esta multitud de discursos
formales y tendencias estéticas conviven y se influyen entre sí, sin que haya
que distinguir un estilo predominante. Nos encontramos, por lo tanto, ante un
panorama cultural que no posee un carácter unívoco.
Neobarroco
Frente a la confusa y
generalizada etiqueta de postmoderno (muy utilizada en el ámbito de la creación
artística), son numerosos los autores que proponen una nueva categoría para
definir las estructuras socioculturales y los comportamientos estéticos de
nuestra época. La palabra clave, a este respecto, es Neobarroco.
Autores como Omar Calabrese,
Christine Buci – Glucksmann, Mario Perniola, Severo Sarduy, Gilles Deleuze o
Francisco Jarauta, entre otros, son los representantes de esta corriente
filosófico-estética que determina la caracterización de nuestra época como neobarroca.
Barroco:
El concepto Barroco, de
significado históricamente enigmático, fue acuñado por los artistas neoclásicos
del siglo XVIII para aludir despectivamente (como arte extravagante, decadente,
falso) al arte producido en el periodo que se extiende entre el Renacimiento y
el Neoclasicismo.
La rehabilitación del Barroco fue
iniciada por los teóricos románticos del siglo XIX (Heinrich Wölfflin) que lo
concebían como un arte lleno de originalidad. El entusiasmo por el Barroco ha
culminado en el siglo XX en el que algunos teóricos (Eugenio D'Ors o Walter
Benjamin, entre otros) llegaron a considerarlo como una constante estética que
se repite en la Historia.
El arte del Barroco histórico
europeo y de la América colonial es un arte dominado por lo emocional frente a
lo racional, con la excepción del barroco cartesiano y racionalista del Grand
Siècle francés.
Frente al sometimiento a normas
racionales del Renacimiento, el Barroco se guía únicamente por lo sensorial y
visualista. Esto, en los diferentes lenguajes expresivos, implica una falta de
normativa estilística y una gran libertad artística. En todo caso, la única
norma viene dada por la necesidad de conmover e impactar al espectador. Ello se
logra mediante el dinamismo (curvas y contracurvas), los efectismos (figuras
irregulares, asimétricas, engaños visuales), los contrastes (luz/oscuridad) y
el realismo extremo.
Neobarroco:
Partiendo de esta sumaria
recapitulación acerca de lo barroco histórico, aclaremos que, obviamente,
cuando hablamos de Neobarroco, no nos referimos a una vuelta al Barroco
entendido como la producción estética de un cierto período histórico, sino que
podríamos hablar de una vuelta de lo barroco, entendido como un sistema de
organización cultural, con estrategias de representación propias. Un sistema
que se caracteriza por su complejidad, su tendencia a la inestabilidad, su
rechazo de lo normativo, por un fuerte sentido anticlásico y por el impulso
alegórico.
“Frente a lo sublime de la grandeza y del resplandor propio de las
estéticas y poéticas derivadas del Pseudo – Longino, y exaltando la sublimación
en sus extremos (tanto del bien como del mal, de la vida como de la muerte), el
neo – barroco trabaja en una “desublimación de lo sublime” y penetra en los que
Rosenkranz llamó el “infierno de lo bello”
Christine Buci – Glucksmann
Tampoco estaríamos hablando de un
revival propiamente dicho. Como afirma Veit Loers: “El neobarroco se alimenta
de imágenes que surgen en la memoria colectiva, de imágenes de fragmentos
culturales cuyo contexto, sin embargo, no es reconstruido. Imágenes que apoyan
y justifican la demanda de nuevas estructuras, aunque se producen fenómenos
sorprendentes que nada tienen que ver con el “revival”, pero que evidentemente
poseen los mismos códigos genéticos”.
Sin embargo sí podría hablarse,
al relacionar lo barroco y lo neobarroco, de la asimilación de una misma
sintaxis estética. Las obras artísticas de finales del siglo XX y principios
del XXI no son menos existenciales, enigmáticas y apocalípticas que las
alegorías barrocas. Presentan caracteres muy similares a éstas: tendencia
alegórica, prevalencia de los juegos retóricos, heterogeneidad, gusto por la
complejidad, la variación metamórfica, la apariencia, la hiperteatralización de
la representación misma.
¿Cuando podemos hablar de neobarroco?
El nacimiento de la formulación
teórica de esta corriente parece situarse en la filosofía de Walter Benjamin,
quien, ya en los años veinte, había señalado la importancia de la experiencia
barroca para la comprensión de la genealogía de lo moderno. Otra figura
destacable en la revalorización del concepto de barroco será Baudelaire. De él
nacen el gusto y la sensibilidad hacia la belleza de la circunstancia y el
artificio.
Como señala Francisco Jarauta
respecto a la complejidad de la situación cultural actual: “es esta dificultad,
que acompaña a la primera experiencia moderna para darse un nombre, la que
constituye la dimensión dramática de la misma y la que alimenta un doloroso
escepticismo”. A este respecto un concepto fundamental de la experiencia
barroca será el drama barroco, cuyo objetivo sería representar la experiencia
de una época incapaz de establecer un verdadero saber sobre sí misma.
Subrayando la idea que apuntábamos
más arriba, Omar Calabrese, autor de La era neobarroca, define “barroco” no
sólo y no tanto como un período determinado y específico de la historia de la
cultura, sino como una actitud general y una cualidad formal de los mensajes
que lo expresan. Desde este punto de vista, puede darse el barroco en cualquier
época de la historia.
En definitiva lo barroco es casi
una categoría del espíritu que se “opone” a lo clásico, como un rechazo al
sistema normativo, la tendencia a la sistematización regulada frente a la
primacía de la caótica imaginación. Por ejemplo, las vanguardias serían lo
clásico dentro del arte contemporáneo, (de hecho la denominación postmoderno
hace referencia al arte que ha superado la modernidad de las primeras
vanguardias). Como afirma Calabrese: “Me parece que la oposición entre los dos
términos se puede replantear en el ámbito del gusto contemporáneo y, más
específicamente, en los juicios de valor. Al referirme a lo clásico hablo
fundamentalmente de categorizaciones, de juicios orientados fuertemente a la
estabilidad y al orden; en cambio, entiendo el barroco como categorizaciones de
juicios que excitan sensiblemente el orden del sistema, lo desestabilizan en
alguna parte y lo someten a turbulencias y fluctuaciones”.
Características:
Desde un punto de vista
socioestético la era neobarroca puede explicarse a través de la denominada
“dimensión fractal”. Los cuerpos fractales son aquellos que poseen una forma
irregular y no se les puede aplicar las leyes de la geometría euclidiana, por
lo que se debe crear una nueva geometría multidimensional, la fractal. La
cultura de nuestro tiempo obedece a modelos fractales (irregulares, informes,
rizomáticos), que se expresan por patrones de producción y recepción que asumen
creativamente una serie de conceptos o ideas-fuerza que exponemos a
continuación:
(1) Ritmo y repetición: Por
ejemplo los objetos realizados en serie, cuya belleza se halla no en el propio
objeto, sino en su disfrute cotidiano (consumismo). Asimismo el ritmo frenético
también es un elemento característico de la producción cultural de la sociedad
de consumo. Se trata de un público que se satura rápidamente, parece que las
tendencias se agotan y vertiginosamente, al menos en apariencia, deben cambiar
las reglas del gusto y la producción cultural.
(2) Límite y exceso: Calabrese
diferencia entre sistemas culturales centrados (orientados a la estabilidad) y
sistemas culturales descentrados (próximos a un límite). En estos últimos
prevalece el gusto por ensayar y romper las reglas que definen el sistema. A
este tipo de sistemas culturales descentrados pertenecería, pues, el sistema
cultural neobarroco.
(3) Violencia, horror y erotismo:
por otro lado, en lo neobarroco hay una fuerte tendencia hacia lo excesivo
(violencia, horror, erotismo, etc.).
(4) Teatralidad y éxtasis
emocional: Se busca provocar un fuerte impacto en el público / consumidor
apelando a sus emociones a través de la espectacularidad (culto al hedonismo
sensorial). Comportamientos artísticos que proceden de ámbitos que
tradicionalmente se encuentran fuera de lo convencional: la contracultura, las
tribus urbanas, el cine de género fronterizo, el cómic, la publicidad, los
videojuegos, la nueva sexualidad…
(5) Artificio y simulacro: Según
los postulados neobarrocos parece que el artificio impera a nuestro alrededor.
El mundo se ha convertido en un inmenso decorado, una fachada de cartón piedra.
Estamos ante el triunfo del simulacro, de la apariencia, del artificio y de la
vanidad de todos los sentidos. Por tanto la realidad se enmascara,
disfrazándose de sí misma, reinterpretándose y participando en el juego de la
seducción y el trompe l´oeil.
- Las “realidades virtuales” están presentes
hasta en los ámbitos más cotidianos (reality shows, centros comerciales, ciudades
espectáculo como Las Vegas, edificios espectáculo – museos como el Guggenheim
de Bilbao o el Centro Pompidou en París-).
- En estas premisas aflora la
conciencia de irrealidad del hombre barroco (o mejor dicho, del hombre de la
era neobarroca); “su inquietud ante un orden carcomido por su propia
inconsistencia ante el cual se responde mediante la vanidad de todos los
sentidos, la estetización exagerada y la licencia para dedicarse al juego in –
transcendente de las apariencias”.
- La seducción del barroco en la
actualidad se debe a la relectura que podemos hacer de lo moderno a través del
espejismo barroco: el mundo se transforma en laberinto de formas sinuosas,
retorcidas, efectistas; en un escenario teatral de la naturaleza muerta, del
propio drama en la representación de las pasiones y emociones del ser.
- Esto se traduce en el gusto
moderno por el fragmento (apropiacionismo descontextualizado, citas a distintas
tendencias, etc.).
(6) Fugacidad de la vida y
banalización de la muerte: Como señala Fernando Royuela respecto a la
concepción de fugacidad de la vida terrenal en el barroco histórico: “vanidad
de vanidades. Todo es vanidad y por lo tanto instante, tránsito, efímera inmediatez.
El barroco hace suyo este concepto y sus pintores se lanzan a pintar esqueletos
rodeados de riquezas, cadáveres mitrados, cráneos coronados con joyas
inservibles para la vanidad”. Basta mirar las obras Finis gloriae mundi o In
ictu oculi de Valdés Leal para comprenderlo. Pues bien, en el neobarroco, las
distintas imágenes pueden constituir una vanitas en sí mismas, no tanto como
una alusión a un destino final ineludible para el que hay que prepararse
(concepción barroca), sino como una reivindicación del disfrute de la vida, el
carpe diem.
- A este respecto, la
omnipresente imagen de la calavera (símbolo por excelencia de la muerte a lo
largo de toda la historia) sigue siendo una constante en las creaciones
contemporáneas (por ejemplo la famosísima calavera de Damien Hirst o el cráneo
con orejas de Mickey Mouse de Rubinstein), pero ahora este tipo de alegorías se
convierten en metáforas plagadas de símbolos de la decadencia de la sociedad de
consumo de masas; la “fresca ruina de la tierra”.
- El tema de la muerte o la
fugacidad y banalidad de la vida siempre han estado muy presentes a lo largo de
la historia del arte (desde las danzas macabras medievales). Pero será en la
nuestra, la era de los mass – media y del capitalismo triunfante, cuando adquiera
un carácter mucho más transgresor a la par que violento. Como ejemplos podemos
citar a artistas como Teresa Margolles, Regina José Galindo, Andrés Serrano,
Christian Boltanski, Gina Pane o Ana Mendieta.
- El ciudadano medio occidental
vive a un ritmo frenético en un mundo globalizado y tecnologizado, tiene a su
alcance toda la información, a través de los citados medios de comunicación de
masas, y disfruta mediante el consumismo. Pero este ritmo de vida le lleva a la
banalización excesiva y la construcción de ficciones perfectas. Parece que el
existencialismo es ya un pensamiento caduco y no pensamos en la muerte,
tratamos de eludir cualquier reflexión acerca de ella. La violencia, la muerte
y el fanatismo religioso se han convertido en algo tan cotidiano, tan
estéticamente banalizado (baste pensar en las imágenes de guerra, terrorismo,
crímenes, que saturan cada día los periódicos y telediarios) que ya ni siquiera
se reflexiona sobre ello, se le da la espalda a esta realidad. Se reacciona de
un modo cínicamente perverso, para no caer en el pesimismo y la melancolía, que
se esconden bajo la superficie especular del exceso.
En la actualidad
Por último, podemos señalar que
también en nuestra época se da una analogía contextual con el periódico
histórico del barroco. En efecto, durante los siglos XVII y XVIII se vive un
periodo de crisis integral: socioeconómica (choque del capitalismo incipiente
con unas estructuras de producción feudales), política (monarquía absoluta
versus parlamentarismo) e ideológica (Contrarreforma católica versus revolución
científica).
En la actualidad la crisis
socioeconómica se manifiesta tanto en un proceso globalizador que revela los
límites del capitalismo y su incapacidad para acercar los recursos del Norte a
los del depauperado Sur, como en la asimilación del nuevo escenario que supone
la aparición de superpotencias emergentes como China.
Igualmente, la crisis política
aparece como teatralidad neobarroca en un sistema democrático en el que parece
que hemos pasado de la política de la representación (de los ciudadanos) a la
representación de la política (la política como espectáculo).
Desde el punto de vista
ideológico nos movemos en una crisis entre los integrismos religiosos y la fe
postmoderna en la ciencia. Toda esta conciencia de crisis, que compartimos con
los hombres del barroco, no cabe duda que tiene su reflejo en el proteico
armazón estético neobarroco.
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