domingo, 20 de febrero de 2011

¿Existe un Neobarroco latinoamericano? - Winston Morales Chavarro

Podemos establecer que el origen del neobarroco subyace en las teorías postcoloniales sobre cultura, hibridez, heterogeneidad, pues desde estas raíces comienza a definirse la categoría, la cual se instaura como una necesidad inaplazable de consolidar una cultura propia latinoamericana que desestabilice la noción y la percepción de Metrópoli o hegemonía.

Concretamente el neobarroco se da como un fenómeno de contracultura o contraconquista.

La permanente tensión social y política de América latina, las crisis sociales, las dictaduras han posicionado al neobarroco como una modificación manierista del barroco, en donde lo afeminado, lo exagerado, lo retorcido –como expresión de lo vacío e inconsistente- toman y marcan unas coordenadas propias y absolutas en las búsquedas y propuestas artísticas de muchos creadores; lo anterior se consolida en la implosión- explosión de nuevas literaturas, en donde emerge la imagen del travestido como elemento estético y como un nuevo imaginario para las nacientes literaturas.

A partir de este fenómeno (¿ruptura?) la figura de un “otro” subalterno, marginado, relegado empieza a configurarse en las creaciones narrativas y estéticas de los últimos tiempos.

El cine, por ejemplo, ofrece un claro panorama de esa noción neobarroca. La percepción del tiempo -como un fenómeno ya no aristotélico-, el despliegue de lo temporal –caótica o desordenadamente- en films como amores perros, 21 gramos, Carandiru, Ciudad de Dios, entre otros, sugiere la concepción y asimilación de un tiempo “otro”, en donde la realidad adquiere otros matices y lógicas y la naturaleza humana se enfrenta a otras circunstancias culturales, ideológicas y políticas.

Esta nueva percepción del tiempo, del espacio y los personajes permite la puesta en escena de una naciente equidad entre los sexos y los géneros, lo que favorece o crea una conciencia distinta entre lo masculino y lo femenino y le da un status nuevo a lo transexual, lo homosexual, lo travestido (metáfora del neobarroco americano).

En la literatura se da el caso de un José Lezama Lima, un Alejo Carpentier o un Severo Sarduy en donde la ambigüedad expresada a través de sus letras denota un regresar o un evocar la literatura barroca de un Quevedo o un Góngora, pero desde unas perspectivas americanas, en donde la prosa se viste de coloraciones y músicas continentales y se llega a la claridad a través de caminos obscuros: la metafísica y el esoterismo.

De otro lado, la bifurcación (una de las palabras preferidas por Borges) nos lleva a unos tiempos contrarios que se configuran simultáneos y donde las contradicciones, como diría Hermes Trismegisto, no se repelen sino que interactúan. La unidad indivisible de estos escritores denota no sólo una tendencia literaria (barroca o neobarroca) sino la creación de un universo muy personal, un cosmos literario muy americano y por eso mismo cosmopolita. Ya lo dijeron los mismos escritores: "Lo barroco: cifra y signo vital de Latinoamérica”.

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