viernes, 7 de octubre de 2011

La transgresión latinoamericana - LUIS DIEGO FERNANDEZ

NEOBARROCO. Para Severo Sarduy, sus ideas centrales eran la ambigüedad, el artificio y la parodia.

La reedición de “El barroco y el neobarroco”, un ensayo publicado originalmente en 1972 por el escritor cubano, funciona como una máquina de lectura para el continente.

El barroco y el neobarroco de Severo Sarduy, publicado en 1972 y reeditado recientemente por Cuenco de Plata –con un muy lúcido estudio de Valentín Díaz– no deja de ser un texto de una actualidad –quizá por estar a contrapelo hoy– y fundante en la poética literaria de Latinoamérica. Pero sobre todo es el intento de la construcción de una estética propia de la región. La empresa de Sarduy –y su pensamiento durante su estadía en París– tuvo la intención de hacer confluir dos fuentes: la filosofía francesa contemporánea, desde Bataille y Klossowski a Foucault, Deleuze y Derrida –de modo vago conocido como postestructuralismo–, junto a la tradición literaria americana, donde se reunía a autores del Boom –Julio Cortázar, José Donoso– junto a otros más heterodoxos –William Burroughs, Oscar Masotta. Pero el epígono del pensamiento de Sarduy fue José Lezama Lima.

Máquina de lectura

Para Sarduy, Lezama Lima continuaba sembrando el linaje abierto por Góngora y, él, desde luego, lo culminaba. De modo que el neobarroco tenía sólo tres miembros. Junto a muchas otras cosas, el neobarroco fue una máquina de lectura específicamente latinoamericana. Una máquina que transgredía la economía de la austeridad, el ascetismo y la funcionalidad burguesa. El elogio del derroche, el exceso y el despilfarro de las palabras no era sino una estética que cruzaba e intentaba herir de muerte una escritura conservadora –populista– que respondía de modo implícito a una lógica que dejaba de lado lo lúdico y el placer: el gasto improductivo. Para Sarduy la palabra no era medio sino fin. Ese es el gesto claro. La palabra no justifica ser un mero instrumento de otro “decir”, sino la consumación de su propio peso.

Severo Sarduy escribe con una fineza conceptual digna de un filósofo, en algún sentido, lo fue, y su amistad con Roland Barthes lo hizo posicionarse en un territorio que expandió su origen cubano. La noción de lo neobarroco estaba constituida a caballo de tres ideas centrales: la ambigüedad y la excrecencia propia del barroco histórico, el artificio del caos primitivo articulado en tres procedimientos poéticos –sustitución, proliferación y condensación–, y, por último, la parodia hija de lo carnavalesco, de la máscara y la indiferencia de géneros –exhibido por medio de la inter e intratextualidad. El neobarroco como poética literaria propiamente latinoamericana es un hedonismo con las características de la región: su erotismo es el desperdicio y la voluptuosidad de la demasía, del suplemento. Pero también es la obsesión por el espejo, el desequilibrio y la revolución –el aspecto político– del artificio sin límites, evidenciado. La ley transgredida. El dandismo de barro.

La fiesta del desborde

El concepto de neobarroco tiene remisiones en la literatura argentina: Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher, son sus dos émulos. En estos casos el cruce intenta anudar la tradición gauchesca al lenguaje psicoanalítico y/o filosófico. Y la ampulosidad y la desinhibición de las palabras devienen en fiestas del desborde.

Ahora bien ¿cuáles son los atributos centrales a nivel estilístico por los que reconocemos una estética neobarroca? Básicamente, tres: 1) el exceso, expresado en inestabilidad, repetición, fragmentariedad, 2) la disonancia, o disipación, movilidad, de allí el neologismo de Perlongher, en torno al “neobarroso”, la figura del barro como epigrama, cambio, o la metamorfosis permanente, 3) el juego con el artificio voluntario opuesto al plano “natural” del realismo. El hedonismo y el neobarroco se conjugan y comparten este ideario en el sentido de colocar el cuerpo en el centro, el plexo de la piel, lo erótico, lo celebrante, lo festivo y el exceso. El esteticismo desbordado.

El hedonismo latinoamericano es neobarroco: su modalidad y su estilística se embebe en una tradición que no casualmente va, de forma deliberada, contra la ley borgiana. Frente a la metafísica borgiana, la inmanencia neobarroca. En la tradición neobarroca, que esculpe Sarduy, la mujer tiene un lugar central y clave. Lo femenino como emblema del artificio, el maquillaje, la cosmética –en ello recuerda a Baudelaire y las formas poéticas en que el dandismo tomó a la mujer: femme fatale , diabólica, ninfómana, lady vamp , prostituta: el fetichismo exagerado. En el neobarroco lo femenino es, quizá de manera más clara, travestismo. La mujer es objeto pero también sujeto de deseo, en última instancia, el narcisismo –de Lezama o Lamborghini– es Edipo en todos los casos: la madre como objeto de adoración. En el neobarroco, la feminidad es hibridez, androginia y “degeneración”. Lo “femenino” es, también, una crítica a la estética representativa, mimética, realista y la destrucción del origen . El travesti es símbolo del artificio, la extravagancia y las características del hedonismo latinoamericano antes mencionadas.

La poética de Sarduy responde a un nietzscheísmo claro, tal como señala Valentín Díaz: “la noción de parodia y carnavalización permite a Sarduy formular la idea del español de América como una lengua simulacro (y por extensión, el espacio americano como un espacio también simulado y por lo tanto no periférico). Esta idea adquirirá tal relevancia que su tercer libro teórico llevará por título La simulación . Se trata del libro más decididamente nietzscheano de Sarduy, en el que la inversión del platonismo es utilizada para pensar no sólo el arte más contemporáneo, sino incluso los confines del mundo natural”. Por ello, lo nietzscheano del neobarroco que postula Sarduy no deja de ser, como se explicita, una política. La palabra “revolución” en ese marco, en América Latina y en la década del 70, remite sólo a la revolución cubana. Pero Sarduy –que se va de Cuba con una beca para estudiar pintura y nunca regresa– oscila en sus posiciones al respecto. Pareciera haber un parcial desintéres, gradual. Quizá la estética del neobarroco no haya sido la forma expresiva de la revolución cubana sino, precisamente, su contrario: la transgresión. No hay “neutralidad” en Sarduy, sino coherencia, su adscripción al neobarroco impedía ese linaje. Después de todo, el marxismo nunca fue una filosofía de la que se nutra lo neobarroco. Nuevamente, ese gesto o marca proveniente de Nietzsche deja alumbrar la soledad del simulacro, de la iteración, del origen contaminado. El choque contra el realismo implicaba un corte con la filosofía que lo sustentaba. Y el neobarroco fue la punta de lanza de ello. Quizá hoy más que nunca se vislumbre una vuelta del neobarroco que luego de los años 80 vio descender su hegemonía. Las razones políticas internacionales y la posición de relativo privilegio de Latinoamerica con respecto a una Europa y Estados Unidos en crisis permanente, hacen que esta estética surgida en la región tenga mucho más para darnos en esta década.

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